Me declaro culpable de haber estado atrapada en las falsas promesas del mundo. Llegué a creer que obtener la aprobación de mis padres, profesores, amigos y hasta de las personas que no conocía me iba a hacer feliz. Y no fue algo imaginario, realmente obtener la aprobación de los demás sí me hacía sentir bien, me daba la seguridad de que estaba actuando «correctamente», al menos lo suficiente como para ganarme varias sonrisas, cumplidos y aplausos. Sin embargo, llegó un momento en el que solamente escuchar un “bien hecho” no fue suficiente. Simplemente me quedaba con el deseo y necesidad de que me siguieran hablando, me siguieran llenando de cumplidos (aunque a veces ni yo me los creía).