Una promesa de largo alcance

Dios no escatimó a su Hijo porque era la única manera en que podía librarnos a nosotros. La culpa de nuestro pecado, el castigo de nuestra rebeldia, os hubieran llevado derechito al infierno donde lo único que hay de Dios ahí es Su ira. Pero Dios no libró a su propio Hijo; lo entregó para que fuera herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades, crucificado por nuestro pecado (Isaías 53.5–6).