Por Rafael Zúñiga
“4 — ¿Dónde está? — preguntó el rey.
— En Lo-debar — le contestó Siba — , en la casa de Maquir, hijo de Amiel.
5 Entonces David mandó a buscarlo y lo sacó de la casa de Maquir. 6 Su nombre era Mefiboset; era hijo de Jonatán y nieto de Saúl. Cuando se presentó ante David, se postró hasta el suelo con profundo respeto.” — 2 Samuel 9:4–6 (NTV)
En algún momento de tu vida, ¿te has sentido perdido? ¿Extraviado? ¿Sin vida, sin esperanza? Qué reconfortante es cuando alguien se preocupa por nosotros, y extiende su mano para levantarnos del suelo en el que nos encontrábamos. Siempre es bueno tener a alguien de nuestro lado, que nos ame y anime a pesar de todas nuestras flaquezas.
Personalmente, agradezco a Dios porque en momentos muy inesperados de la vida, personas me han encontrado y me han amado. Son días que producen un cambio duradero en nosotros. De la misma manera le sucedió a Mefi-boset. Él es la persona lisiada, paralítica y sin esperanza que aún vivía de la familia de Saúl. Era hijo de Jonatán. Fue el objeto del inmenso amor del rey David.
¿Dónde estás?
Cuando el rey David supo que un hijo de Jonatán estaba con vida, lo siguiente que quería, era saber donde estaba. Me imagino sus ojos iluminados por la alegría de que el hijo de su mejor amigo estaba vivo. Imagino su corazón latiendo rápido, ansioso de mostrar la misericordia de Dios. Y aunque sabía que era cojo, no le importó. Con mucha más razón, lo quería de regreso en el palacio.
La pregunta aquí es: ¿Dónde estaba Mefi-boset? Bien, dice la historia que estaba en Lo-debar. Este lugar significaba algo como “lugares sin pastos”, es decir, Mefi-boset estaba en un lugar seco, árido, y sin vida alrededor. Y para agregarle más tristeza a su situación, el nombre de Mefi-boset significa “el que derrocha vergüenza”. Así que tenemos a un pobre hombre, lleno de vergüenzas y cojo, en el peor lugar de su vida. No hay nada más desesperante que estar en un momento así. Y en verdad, todos hemos estado allí.
Quizá no estamos en un desierto físico ni estamos incompletos físicamente, pero hay algo en nosotros que es mucho peor que eso, y se llama pecado. El pecado es lo que nos ha dejado lisiados espiritualmente, y más que lisiados, nos mató (Ef. 2:1). Nos quitó la vida, y éramos ante todo, el objeto de la ira de Dios (Ef. 2:3), y no hay nadie que por si mismo pueda salvarse de esto. Mefi-boset no era capaz de llegar por sí mismo al palacio, a menos que alguien lo ayudará; y probablemente, ha de haber pensado que su vida había llegado a su fin al encontrarse con el rey.
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Buscados y encontrados
Es en este punto de la historia donde vemos el amor en acción. Dice que “David mandó a buscarlo y lo sacó de la casa de Maquir”. El verdadero amor no espera tanto, no cuestiona, no pone trabas. El verdadero amor actúa rápido. Es movido a hacer misericordia a los más débiles. David no esperó a que Mefi-boset caminara hasta él. El rey sabía que el hijo de Jonatán no tenía la capacidad para hacerlo, por eso, lo buscó y lo sacó de donde estaba. Y aunque Lo-debar estaba lejos de Jerusalén, la lejanía no significa nada cuando se trata de gracia.
“No puedo escapar,
Dios hizo lo mismo conmigo y contigo. Nosotros no teníamos ni la mínima capacidad de movernos hacia donde Él estaba. Estábamos demasiado lejos de Dios. Y aunque muchas veces intentamos buscarlo, la verdad es, que al final, Jesús nos encontró. Vivir bajo el dominio del pecado es como vivir lisiados, y a su vez, es como caminar sin rumbo fijo ni dirección. Él mismo tuvo que venir a nuestro rescate. Dios tampoco buscó nuestra muerte, sino que nos regaló vida eterna a su lado. No fue la oveja perdida la que, después de extraviarse, llegó sola. No, no, no. Para nada. Fue su pastor el que salió a buscarla, encontrarla, rescatarla y regresarla con él (Lc. 15:1–7). ¿Acaso no se conmueve tu corazón al ver tanta gracia de Dios en tu vida?
Corres a mi encuentro,
aunque huí.
Me das claridad,
Borras las tinieblas dentro de mi.
Te busco, me encuentras.”
—Un Corazón
La maravilla del Evangelio
Esta parte de la historia, es un vislumbre perfecto de lo maravilloso que es el Evangelio. Nosotros estábamos extraviados, y Jesús dejó el cielo para venir a buscarnos. Jesús murió para perdonar nuestros pecados y sanar nuestra “cojera” espiritual. Jesús resucitó de la muerte, y al final, también resucitaremos en gloria, sin mancha y sin pecado. La única manera de que otros sean sanados de esta enfermedad llamada pecado, es por medio de la proclamación de este Mensaje glorioso.
A través del Evangelio, viene implícita la pregunta: “¿Dónde estas?”. Dios aún sigue preguntando esto. Lo hizo en el Edén, después de que Adán pecó, y lo sigue haciendo ahorita. Y, aunque muchos permanecen muertos espirituales y ciegos a la verdad de la Buena Noticia, siempre habrá un momento en donde la voz de Dios haga despertar sus corazones hacia Él. Y cuando estos escuchen la pregunta “¿Dónde estás?”, sin reservas dirán: “Dios, aquí estoy. Lisiado. Yo no puedo. Soy incapaz. ¡Ayúdame!”.
La gracia siempre será más dulce para aquellos que, sin pretextos ni justificaciones, reconocen que son incapaces de alcanzar a Dios. Es allí, donde la gracia lo cubre todo. Salva, perdona, justifica, santifica y glorifica. ¡Sublime gracia! Y lo hermoso de esto, es que ya no somos objetos de la ira de Dios. Su ira fue puesta sobre el cuerpo de Cristo en el Calvario. Ahora somos amados y aceptados. Y aunque estemos lisiados, permanecemos firmes por siempre en la gracia de Dios. Ya no podemos escapar de su amor.
Pregunta: ¿Has experimentado esta gracia de Dios hacia ti? Déjanos un comentario presionando el botón.
Usado con permiso de https://medium.com/@rafaelzuniga/. Puedes encontrar el artículo original aquí.
Fotografía por Daniel Kainz en Unsplash