Por Isa Arenas
Cuando pensamos en el amor lo definimos como un sentimiento, una emoción o algo romántico la mayoría de las veces. Sin embargo, vemos en 1 Corintios 13:4-8 una definición completamente distinta de la que tenemos en la actualidad acerca del amor.
El amor es una convicción, no es ofensivo, no es egoísta y perdura porque, aunque nuestro prójimo nos ofenda, el amor no depende de nuestro estado de ánimo, no reacciona conforme a lo que recibimos.
El amor no es una emoción, es un mandato que debemos cumplir pero, antes de amar a nuestro prójimo debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y nuestras fuerzas (Dt. 6:1-9). El amar a Dios trae como consecuencia amar a nuestro prójimo porque amaremos a Dios lo sintamos o no porque el amor es un acto profundo del proceso interno y el obedecer a Dios significa amarlo.
Ama a tu prójimo…
Llevo meditando en el amor al prójimo desde hace mucho. Dios en este tiempo ha tratado conmigo constantemente y me ha llevado a recordar los dos mandamientos más grandes que Jesús nos dejó: “Ama a Dios con toda tu alma” y el segundo “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:37-38). Jesús no nos estaba sugiriendo estas dos cosas que son un mandato (Lv. 19:18).
Cristo nos ordena amar a nuestro prójimo y no debemos preocuparnos acerca de todo lo que no debemos hacer, debemos centrarnos en lo que sí podemos hacer para mostrar nuestro amor a Dios y a los demás.
El amor demostrado con la paciencia
Una de las formas en las cuales demostramos amor hacia nuestro prójimo es siendo pacientes. Según Romanos 3:25, Dios ha sido paciente con nosotros, nos ve pecar una y otra vez, aun así nos ha escogido por encima de otros pecadores para darnos solo por amor la salvación que jamás pudimos comprar. Por medio de los méritos de Cristo es que hoy podemos vivir con esperanza.
Con respecto a la paciencia cito a Nancy Leigh Demoss en su libro El lugar apacible: “La paciencia no es una palabra que escuchamos mucho hoy pero, si aprendemos a practicarla diariamente, puede llegar a ser una de nuestras mejores armas en contra de la amargura, contienda y la falta de perdón”.
El amor para nuestro prójimo lo demostramos con paciencia también, no somos el estándar de nadie, Dios nos ha ordenado amar a nuestro prójimo (1 Co. 13:4-7) porque el amor es paciente y bondadoso.
Entonces, ¿por qué juzgas a tu prójimo?
Continuemos con Mateo 22:37-38, Jesús nos dijo que toda la ley se resume en el amor a nuestro prójimo, cuando no amamos violamos la ley de Dios ¿edificamos o destruimos a nuestro prójimo? Veamos Santiago 4:11-12, no hablemos mal de otros, no juzguemos, no critiquemos, no seamos jueces, solamente Dios nuestro Padre puede hacer eso.
Dios nos manda a amar y nosotros debemos responder con obediencia y esta obediencia es motivada por el Espíritu que exalta a Cristo y ser obedientes debe significar para nosotros una acción de amor hacia nuestro Padre y hacia nuestro prójimo, meditemos en qué tan egoístas somos con el amor que se nos ha otorgado por gracia, solamente por los méritos de Cristo, animémonos y edifiquémonos, nos corresponde obedecer la Ley y no juzgarla.
Sabios más no perfectos
Debemos ser sabios en la manera en que amamos a nuestro prójimo, la sabiduría es un regalo de Dios y la puerta que nos lleva a la sabiduría es el conocimiento de quién es Dios y cuando aplicamos este conocimiento a eso le llamamos sabiduría (Pr. 8:12).
Busquemos ayudar de forma sabia a nuestro hermano, más que dar el consejo o la ayuda perfecta. Debemos aprender a que nos equivocamos y le fallaremos a nuestro prójimo constantemente. Las expectativas de nuestros hermanos no deben estar puestas en nosotros, deben estar puestas en Jesús. La sabiduría no viene sola, no es algo que adquirimos es algo que Dios nos da, por los méritos de Cristo únicamente, afinemos nuestros oídos a su sabiduría y reflejemos a Cristo.
Debemos cuidar a nuestro prójimo, nos necesitamos los unos a los otros para nuestra santificación, debemos lidiar con nuestros pecados los unos con los otros porque pertenecemos al mismo cuerpo de Cristo, somos la iglesia, somos un grupo de personas que creen en Cristo y se nos ha dado la promesa de victoria, de la vida eterna y por tanto debemos exhortarnos con sabiduría los unos con los otros (Pr. 8:11).
Confrontarnos, no herirnos
El acto de confrontarnos no será cómodo, te lo puedo asegurar. No es fácil decirle a tu hermano cómo está pecando y tampoco es fácil escuchar que estamos en pecado. La confrontación es algo bueno para nosotros, nos ayuda a mantenernos ocupados con nuestra santificación. Amarnos es confrontarnos y alentarnos los unos con los otros (Pr. 12:1).