Por Susana de Cano
¿No te sucede cuando recibes mensajes electrónicos de cualquier tipo, u observas los mensajes que escriben en los muros sociales que puedes mal interpretar la forma en la que está escrito, ya sea por cómo te sientes o porque conoces cómo habla esa persona? Por eso las redes [sociales] no fueron hechas para escribir algunos comentarios profundos, pero ese es otro tema. Sin embargo, me ha pasado que no sé cómo interpretar algunas palabras. Pienso: “¿se habrá enojado?”, “será que me lo dijo porque sabe que…”, “eso lo [posteó] porque ya sabe lo que dijeron”, entre otros.
¿Cómo confiamos en lo que está escrito? Es difícil, y la razón es sencilla: todos fallamos, ninguno es totalmente transparente ni confiable completamente. Puede que sí tengamos razón en lo que asumimos, más no siempre tenemos toda la verdad, no lo sabemos todo ni conocemos enteramente a una persona.
Es tan diferente con nuestro Dios. Lo que Dios reveló e inspiró en su Palabra, es confiable, certero, firme, inmutable y final. Dios se reveló al hombre en las Escrituras, no hay otra forma existente, no hay persona, manifestación o sentimiento que nos revele a Dios contundentemente como en su Palabra. Por eso podemos confiar en ellas.
CONFIAR EN LAS ESCRITURAS ES DIFÍCIL
Todos los cristianos estamos de acuerdo en decir que la Biblia es la Palabra de Dios. Todos decimos leerla, sin embargo, nuestras acciones reflejan que no confiamos en ellas verdaderamente. Hay dos razones por la cuales es difícil:
El pecado: nuestro corazón es rebelde. Bien nos dice la Palabra: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento” (Pr. 3.5), puesto que nuestro corazón es engañoso (Jer. 17.9).
Somos fáciles de caminar en lo que vemos y deseamos por lo que moldeamos nuestros razonamientos a confiar en ello. El fruto siempre mostrará si nuestras elecciones fueron sabias o no. Y, con fruto, no me refiero a que una situación sea exitosa o no, sino que el fruto del Espíritu gobierne y no las obras de la carne.
La ignorancia, perdona si esta palabra se lee dura, no es una ignorancia educativa o cultural, al final es la menos importante. Sino una ignorancia que nace de un corazón pecador. La Escritura dice: “Como hijos obedientes, no se conformen a los deseos que antes tenían en su ignorancia” (1 P. 1.14).
Podemos caer en la ignorancia de entender la Palabra de Dios porque dejamos de leerla para conocerle y sustituimos la lectura al conformarnos y engañarnos de que nuestros deseos nos satisfacen más que sus hermosas palabras. Vamos tras nuestros deseos y dejamos de adoctrinarnos sanamente al leerlas en humildad, guiadas por el Espíritu Santo en oración y súplica.
Lo contrario de confiar en las Escrituras es confiar en los hombres y sus razonamientos, lo cual nos dejará vacías e insatisfechas porque la única fuente de confianza absoluta es el Señor.
CRISTO VENCIÓ EL PECADO Y NOS ILUMINA EL ENTENDIMIENTO
La Buena Noticia siempre es Cristo. Él venció el señorío del pecado. Libremente podemos escoger confiar en Dios y no en nosotras. Somos libres para seguirle aun si esto conlleva padecer. La confianza en Dios es de mayor gloria cuando el escenario es difícil pero lo caminamos de su mano.
Él nos da entendimiento cuando lo buscamos de todo nuestro corazón. Él ya pasó por alto los tiempos de ignorancia, declarando a todos los hombres que se arrepientan y crean en Él ( Hch. 17:30). Necesitamos renovar nuestro entendimiento cada día para confiar en sus palabras o seremos esclavas de cualquier cosa que nos parezca bueno. “Considera lo que digo, pues el Señor te dará entendimiento en todo” (2 T. 2:7). Él es fiel en instruirnos en lo que más desea de sus hijos: que le conozcamos para confiar en Él.
EL PELIGRO HOY EN DÍA
Si no confiamos en la Palabra de Dios que ha salido de su boca para crear lo que vemos y es poderosa para salvar, entonces la Biblia no es suficiente, autoritativa y necesaria.
Dejamos de creer que su carácter sostiene sus palabras, por tanto nuestra fe merma. Nuestras vidas sufren cuando no confiamos en Él, nuestra alma lo sabe. El descontento, o la felicidad parcial, el enojo, la confusión, la hipocresía, y vidas sin fruto verdadero empiezan a resonar fuerte. Algunas veces en vez de correr a Él, quien siempre nos recibe, nos desesperamos, menguamos en oración, y empezamos a escuchar cualquier otra enseñanza o consejo que nos tienta a confiar en el hombre o en nosotras.
Las Escrituras empiezan a tornarse arcaicas y difíciles de comprender. Solemos pensar que es Dios quien “no nos habla”, o es más fácil escuchar una predicación, o simplemente no hacemos algo al respecto. Ponemos nuestra confianza en que nuestras decisiones son mejores que lo que no queremos entender o aceptar.
CONFIAR EN LAS ESCRITURAS ES CONFIAR EN DIOS
Podemos confiar en las Escrituras porque provienen de un Dios que es digno de confianza, un Dios que además es nuestro buen Padre por la obra de Cristo. Su carácter es el fundamento de nuestra confianza que nos ha dado a Cristo para habilitarnos en hacerlo.
La confianza en Dios es diferente a la de los hombres, es sobrenatural. Sus palabras por tanto no son como las de los hombres. Sus Palabras reflejan quién es Él y en Él sí podemos confiar porque es perfecto y sabio.
El Salmo 119 expresa de muchas maneras la confianza que el salmista tenía en las Escrituras.
“No quites de mi boca en ningún tiempo la palabra de verdad”, v.43.
“En tu palabra he esperado”, v.74b,
“Desfallece mi alma por tu salvación, más espero en tu palabra”, v.81
“Mi escondedero y mi escudo eres tú, En tu palabra he esperado”, v.114
“Clamé, Esperé en tu Palabra”, v.146b
“En tu Palabra he confiado”, v.42b
En todo momento tenemos Su Palabra y confiamos en ella sin importar la situación. Confiamos para permanecer tranquilas en la barca, independientemente de la tormenta torrencial, podemos plenamente confiar que su Palabra es verdadera, firme y suficiente. ¿Sabes por qué? Porque su Palabra es Cristo mismo. Él es la Palabra viva (Jn. 1:1). Todas las Escrituras hablan de Jesucristo quien es el Hacedor de nuestra obra. Una obra perfecta en la que podemos confiar y de la que depende nuestra vida.
Este año que ha iniciado, antes de comprometerte a confiar en cualquier otra cosa, persona, plan o en ti misma. Ponte a cuentas con Dios, examina cómo ha estado tu confianza en Él y persevera en confiar en Él. Él te ayudará.
Fotografía por Unsplash.