Por Salime Wheaterford
México esta de luto. México esta herido. México esta harto. El llamado de “El 9 Nadie Se Mueve” es un síntoma, una manera de llamar la atención a un problema multifacético, no simple, que a veces se explota para avanzar agendas tóxicas que más que dar esperanza, crean enojo y malestar.
No me mal entiendas. Como Cristianas, como mujeres, debemos estar indignadas, dolidas, hartas, heridas y de luto. La violencia contra las mujeres es algo inaceptable. La apatía por parte de nuestras autoridades es inconcebible. El nivel de maldad en nuestro país es inadmisible. Sin embargo el llamado del “9 Nadie Se Mueve”, originado por el grupo Veracruzano feminista “Las Brujas Del Mar” no es la solución. Estamos llamadas a hacer más.
Muchas personas tienen la noción de que ser Cristiano es una invitación a una sumisión violenta que nulifica a la mujer y que da un valor agrandado al hombre. Muchos piensan que el Cristianismo es un llamado al machismo y que las estructuras complementarias establecidas en La Biblia crean una atmósfera que usa y abusa de la mujer. Muchas personas creen que el ser Cristiano es sentirse “mejor a” y que en un asiento de moral alto odiemos a los que no alcanzan esos estándares. Por tanto el llamado a un feminismo radical puede parecer la solución. Pero todo esto es una mentira.
La Biblia habla de la mujer como alguien con valor intrínseco ya que siendo creadas por Dios mismo y llevando Su imagen y semejanza, es nuestro Creador quien nos da valor. Como una obra de arte cuyo valor es dado por la firma del autor, desde nuestra concepción, tenemos un valor eterno e inimaginable dado por nuestro autor, el Dios Viviente. Pero La Biblia no se queda allí. No. La historia de la creacion en Genesis explica cómo el hombre sin la mujer es algo “no bueno” pero con la mujer es “muy bueno”. El rol complementario en donde ambos son valiosos pero diferentes es algo que vemos celebrado una y otra vez. Y sin embargo, en la caída, cuando el pecado entra en la tierra, el segundo pecado de Adán muestra un abuso contra “la mujer que tu me diste”. Un fuerte indicador de lo que el pecado desencadenó.
Pero Dios, infinito en misericordia y amor, pone un reflector en “la semilla de la mujer”, para que trazando la historia de la mujer, lleguemos a Cristo. Y mientras ese plan se desenvuelve a través de la historia humana, embarrada de pecado, vemos a Dios celebrando y protegiendo a la mujer pero siempre mostrando la necesidad del hombre y de la mujer en estos pasos hacia la redención que Cristo traería.
En actos de misericordia y dado el machismo desencadenado por el pecado, Dios da leyes que protegen y que buscan el florecimiento de la mujer en la sociedad. En actos que desafiaban el estatus quo de los tiempos, Dios levanta a Jocabed (la madre de Moisés) y a Rahab (la prostituta Jericó) y a Jael (quien mata al Rey Sisera), y a Ana (madre de Sansón) y a Abigail (esposa del Rey David) y a múltiples mujeres que muestran el valor de la mujer, la estima que Dios le da.
Después de siglos en donde cada mujer espera ser la madre de aquella “semilla” que redimirá la creación, para volver al estado “muy bueno” en donde la mujer y el hombre vivían en armonía y tenían comunión con Dios, vemos a María, la madre de Cristo. El niño crece y se convierte en adulto. El Dios eterno e infinito caminando entre nosotros, mostrándonos nuevamente el valor de la mujer al identificarse por primera vez como “El Salvador Esperado” a una mujer samaritana adultera; una mujer que había sido usada y abusada por una sociedad machista. Y vemos de nuevo a Cristo interactuando con mujeres de manera que declaraba su valor una y otra vez. Cristo muestra compasión con la suegra de Simón Pedro (Lucas 4:38-39) figura generalmente denigrada; con el hijo de la viuda (Lucas 7) figura generalmente atropellada; con la mujer endemoniada, figura generalmente temida: con la mujer con flujo, figura considerada sucia e intocable; con la hija de un director de la sinagoga, figura generalmente envidiada y acosada. Mujeres de todas clases socioeconómicas, en pobreza o en jaulas de oro, Cristo eleva siempre a la mujer como digna, valiosa, importante. Tal es la estima y el amor De Dios por la mujer que después del ápice de la historia humana, cuando Cristo resucita en victoria, se muestra resucitado por primera vez, a la mujer.
Sus discípulos siguen este ejemplo y vemos a Pablo loando y poniendo en estima a Lidia y a Febe, a Priscila y a muchas otras cuyo rol en la historia humana redentora es invaluable.
¿A que nos llama Dios hoy? A llorar con las que lloran y a gozarnos con las que se gozan. A valorar a toda mujer. A ser parte del cambio social en nuestro país que llama a leyes que protejan y que traten a la mujer con la misma dignidad y valor que se le da al hombre. A amar y a dignificar a la mujer que es abusada. A ser esas manos y pies de Cristo con actos de fe, que llenos de esperanza en aquel que ha salido victorioso, apunten a otras a entender que a pesar de nuestros paros y luchas, movimientos y revoluciones, Uno y solo Uno da esperanza real dentro de nuestra desesperanza. ¿A que nos llama Dios hoy? A mostrar el valor inherente del hombre y de la mujer buscando, en complementariedad, la redención que Cristo ofrece para que más que la manifestación popular de un paro nacional, veamos cambios radicales empezando por lo que nosotras hoy promovemos en nuestros hogares: La crianza de niños y niñas que buscando el florecimiento humano y la valoración del hombre y la mujer, sean abanderados para nuestra generación y las generaciones futuros. Cristo nos llama hoy a promover el amor para la redención de nuestro presente y nuestro futuro comenzando con nosotras y aquellas que nos rodean. Cristo nos llama a una revolución de amor sin armas. Nos llama a ser el cambio que queremos ver.
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