El Mesías anunciado. Marcos 1:1-8.
La intención de esta serie de sermones expositivos, puesta de una manera muy sencilla, es conocer a Jesús a través de Marcos. Conocer a Cristo y descansar en Cristo es la base, no solo de nuestra salvación, sino también de nuestra vida cristiana. Confió en que el estudio de Marcos nos va a ayudar como creyentes y como iglesia.
Iniciaremos, entonces, con una breve introducción a Marcos y con la porción Marcos 1:1-8.
Muchos piensan que Marcos fue el primer evangelio. Aunque el texto no lo menciona, se ha pensado desde los padres de la iglesia que Marcos es el autor. Marcos era sobrino de Bernabé, pensamos que fue también discípulo cercano de Pedro. Fue la causa de aquella división entre Bernabé y Pablo. Pablo escribe de Marcos, tiempo después de aquella división, en 2 Timoteo 4:11 y lo considera “útil para el ministerio”.
Probablemente este es un evangelio dirigido a los romanos judíos y gentiles. Jesús es presentado como el “siervo del Señor”, Aquel que vino a “servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45b).
Marcos pone énfasis en las obras de Cristo, más que en sus palabras. Es un evangelio de acción y de acciones. Es interesante porque esa es quizá la mejor forma de conocer a una persona, no solamente por lo que dice, sino por lo que hace.
De esta manera este evangelio no empieza con la genealogía de Jesús como Mateo, ni explicando el nacimiento de Cristo como Lucas, ni tampoco explicando la divinidad de Jesucristo como Juan. Marcos va directo al grano, directo a la acción, Marcos quiere presentar al siervo y sus actos milagrosos.
Sin embargo es interesante que si menciona a un personaje antes de entrar directamente a las obras de nuestro Señor Jesucristo, menciona a Juan el Bautista.
Juan el bautista es el último profeta de antes de Jesucristo. Hijo de Zacarías y de Elizabeth, una familia sacerdotal. Después de 400 años de silencio aparece Juan el bautista como aquel profeta que vino a anunciar la llegada del Mesías.
Marcos empieza citando dos porciones del Antiguo Testamento: Isaías 40:3 y de Malaquías 3:1. Porciones que profetizan la llegada de un mensajero que vendría a preparar el camino para la llegada y el ministerio del Mesías. Esa fue la labor de Juan el bautista, ser mensajero. Y en ese sentido, Juan el bautista nos hace recordar algunos principios acerca de la labor del mensajero. Y es que, en un sentido, todos somos mensajeros. Todos los creyentes estamos llamados a proclamar el mensaje del evangelio. Y de manera particular, Dios ha llamado a algunos de nosotros a ser predicadores, ser proclamadores constates del mensaje del evangelio.
Al ir estudiando esta porción podemos ir encontrando algunos principios para cada creyente como embajador y mensajero del evangelio, y en particular, para cada predicador y portador del mensaje del evangelio.
Recuerda que solo eres un mensajero, y lo importante es el mensaje.
En la antigüedad había mensajeros del rey que viajaban delante de este, para asegurarse de que los caminos eran seguros y en buen estado para que el Rey viajará en ellos, así como para anunciar su llegada. Esa fue justamente la misión de Juan el bautista. Se había profetizado que vendría un mensajero enviado para preparar el camino del Mesías, del Rey de Israel.
Hoy nosotros debemos anunciar que aquel Rey, ya vino y vino a morir para salvar a todo aquel que se arrepiente y cree, pero también que vendrá otra vez a juzgar al mundo con justicia.
Juan hacía dos cosas dentro de esta proclamación de su mensaje. Marcos 1:4 “bautizaba…..y predicaba el bautismo de arrepentimiento”. Bautizaba, pero bautizaba a aquellos que respondían al mensaje de arrepentimiento.
La palabra “arrepentimiento” (metanoia) que Juan predicaba significa “un giro, un cambio deliberado de mentalidad que resulta en un cambio de dirección en pensamiento y conducta”, como lo dice un comentarista: “El ser bautizado por Juan en el Jordán señalaba la “conversión” de un judío a Dios. Lo identificaba con el pueblo arrepentido que se estaba preparando para recibir al Mesías venidero”
Hoy en día, en nuestra predicación del evangelio hemos olvidado el llamado que manda el evangelio, el llamo no es a “recibir a Cristo en el corazón”, el llamado es a arrepentirse y creer en la obra consumada de Cristo en la cruz, como lo vemos en el libro de Hechos. (Hechos 2:38; Hechos 16:31; Hechos 17:30).
Juan el bautista predicaba el bautismo de arrepentimiento. La palabra “predicaba” (kēryssōn), esa palabra puede traducirse “proclamar como heraldo (mensajero)”. El entendía su labor de predicar un mensaje, de anunciar un mensaje. Juan entendía perfectamente que su labor no era anunciarse a sí mismo, si no anunciar un mensaje para preparar el camino para Jesucristo, de hecho, en un sentido, anunciar al Mesias. Warren Wiersbe dice en su comentario de Marcos que “Juan (al bautista) con todo cuidado magnificó a Jesús y no a sí mismo”. Que Dios nos ayude a los predicadores a entender y vivir esto cada día
Jhon MacArthur da los siguientes consejos a los predicadores:
“Usted debe predicar la Palabra de Dios y no la suya
Usted es un mensajero, no el mensaje
Usted es un sembrador, no quien cosecha
Usted es un representante pero no la autoridad
Usted es un administrador pero no es el propietario
Usted es un lector y no el autor
Usted es un mesero y no el cocinero (ni el platillo)”
Recuerda la humildad, aun en medio de la fama y la prosperidad.
El versículo 5 y 6 de Marcos 1 marcan un contraste. El verso 6 dice que “salían a él toda la provincia Judea, y todos lo de Jerusalén…” Es decir la fama de Juan era grande. Mientras que el verso 6 nos dice como era el diario vivir de Juan, no como el de un famoso predicador o maestro sino “…estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuerpo alrededor de sus lomos; y comía langostas y miel silvestre”. La vestimenta y la dieta de Juan el Bautista nos recuerda al profeta Elías, eran de un hombre del desierto y mostraban humildad. La langosta estaba permitida dentro de la Ley, la miel silvestre se podía encontrar en el desierto con cierta facilidad.
Juan no vivía en la opulencia, que en nuestros días esperaríamos viviera un famosos predicador o pastor. Juan nos recuerda de manera muy clara y vivida la humildad. Y es que humildad no es necesariamente pobreza, pero es una actitud.
Mathew Henry dice que “Juan se cree indigno del oficio más vil ante Cristo. Los santos más eminentes siempre han sido los más humildes. Sienten, más que los otros, su necesidad de la sangre expiatoria de Cristo y del Espíritu santificador.”
Recuerda que Cristo debe ser anunciado y magnificado.
El verso 7 dice que Juan hablaba de Cristo, anunciaba la llegada de Cristo y dejaba que claro que venía tras Juan “el que es más poderoso que yo, quien no soy digno de desatar encorvado la correa de sus zapatos”.
Esta tarea mencionada en el verso 7 de desatar la correa de los zapatos era una tarea ni aun a un esclavo hebreo se le pedía para su amo, era una tarea considerada sumamente degradante. Juan dice que él ni siquiera es digno de hacer eso por Cristo. Ese es el nivel de humildad de Juan, pero sobretodo ese es el grado en que Juan quería magnificar a Cristo, Juan quería dejar que claro que Jesucristo que venía tras él era el que realmente el importante.
Juan es el ejemplo más claro de aceptar su segundo lugar y gozarse en no ser el centro de atención sino poner ahí a Cristo. Que Dios nos permita, como mensajeros, magnificar a Cristo en nuestras palabras y con nuestras obras.
Recuerda que tu poder es limitado.
El versículo 8 contrasta la palabra “yo” con “él”. Juan administró la señal externa, el bautismo con agua; pero el que venía a la verdad les daría el Espíritu que da vida. Que sana y transforma desde adentro. Juan está diciendo: “yo solo puedo bautizarles externamente, pero viene uno que puede arregalr su problema internamente, desde adentro, con el Espiritu Santo”
Y es que el problema nuestro, del pecado solo lo puede arreglar un cambio de corazón, un cambio interno. Ninguna cosa externa, ninguna religión, ningún rito puede arreglar el problema tuyo y mío, solo Cristo y su obra en nosotros. Juan dice:” yo solo puedo hacer una obra externa, pero viene uno que puede hacer una obra en el interior del hombre”.
Uno de mis propósitos al predicar Marcos es atacar la religiosidad. Poner en la mesa la religiosidad vs el Evangelio.
La Religiosidad nos dice: “estas bien pero falta esto, falta diezmar, ir a la iglesia, falta un poco más. Haz un poco más y puedes ganar el favor de Dios”. El Evangelio nos dice: “no hay cosa buena en ti delante de Dios, necesitas nacer de nuevo, necesitas ser una nueva criatura. Y tú no lo puedes hacer, pero Cristo sí. Si vienes a Él en arrepentimiento y fe”. La religiosidad se enfoca en lo externo, pero nuestro problema más grande es interno y solo el Evangelio puede transformarnos de adentro hacia afuera.
Debemos recordar también, que Cristo no viene a cambiarme o arreglarme. Viene a hacerme una nueva criatura, una nueva creación. El problema mío, del pecado, no lo puedo arreglar yo. Mi poder es limitado. Lo único que puedo hacer (que no es en sí una obra) es arrojarme a la gracia de Dios.
Y en nuestra predicación, y en nuestra labor de mensajeros debemos recordar que nuestro poder es limitado. Así como Juan, nosotros tampoco podemos cambiar a nadie, nosotros tampoco podemos transformar a nadie desde adentro, por más elocuentes, hábiles o perspicaces que seamos en nuestra predicación. Es Dios el único que puede trasformar y es un milagro que Dios, por medio de la predicación del evangelio, haga esa obra en pecadores.
En Juan 3:30 Juan el bautista dice aquella famosa frase que revela las intenciones de su persona y su ministerio, de la cual hemos de seguir aprendiendo “Es necesario que Él crezca, pero que yo mengue”. Juan dice: “yo en segundo lugar, Él en el primero. Yo me humillo, Él se exalte. Yo soy olvidado, que Él sea recordado. Yo sea escondido, Él sea visto”
Que Dios nos ayude entonces a recordar que solo somos mensajeros y lo importante es el mensaje, Cristo es el mensaje. A recordar la humildad aun cuando pueda haber fama. A recordar que Cristo es el que debe ser anunciado y magnificado en nuestra vida y ministerios. Y a recordar también que nuestro poder, sin importar cuan buenos predicadores seamos, es limitado, es el Dios que predicamos y Su palabra la que tiene poder para trasformar vidas desde lo más profundo del corazón humano.
Es Cristo el mensaje, es Cristo el único que debe llevarse la gloria, es Cristo el que debe ser anunciado y exaltado, es Cristo el verdaderamente poderoso. Marcos, al narrarnos de Juan el bautista, nos empieza a decir quién es nuestro maravilloso Señor y Salvador, Cristo Jesús. Amen.
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