¿Recuerdas cuando tu papá o mamá te enseñaron a manejar? Tal vez fue tu hermano o tal vez alguien más. Varias veces lo explicaron, demostraron cómo hacerlo una y otra vez. Recuerdas que no podías esperar hasta que fuera tu turno de intentarlo. Estabas, tal vez, emocionado o nervioso. El caso es que deseabas hacerlo por ti mismo.
En Lucas 9:1-6, Jesús finalmente encomienda a sus discípulos a hacer lo que él había estado haciendo y lo que les había estado enseñando. Los manda a predicar el Reino de Dios y a sanar. No podemos más que imaginar la reacción de los doce. ¿Se les había ocurrido que iban a hacer lo que Jesús había estado haciendo? ¿Estaban emocionados, o nerviosos, o las dos cosas?
En esta historia, apreciamos la técnica con la que el Maestro enseña a sus discípulos. Y esta, a su vez, nos enseña por lo menos tres principios sobre el ministerio del Reino de Dios (recuerda que los que hemos creído en Jesús ahora también somos sus discípulos y por ende tenemos la misma misión que los discípulos originales recibieron en Mateo 28:16-20). Los principios son estos:
En el ministerio del Reino de Dios; Jesús otorga el poder, Jesús es quién envía, y Jesús es quién provee.
En este artículo solo exploraremos el primero.
Jesús otorga el poder
El ministerio del Reino de Dios no fluye de nadie más que de Dios por medio de su Hijo Jesucristo.
Jesús quién rindió su gloria al hacerse humano recibe su poder y autoridad de Dios por medio del Espíritu Santo. En este pasaje, Jesús otorga esta misma autoridad y poder a sus doce discípulos para predicar y sanar; para ministrar el Reino de Dios.
Los doce no tienen autoridad en sí mismos, no son influyentes ni poderosos. Aparte de Jesús son unos don nadies. Son un grupo de pescadores, milicia, cobradores de impuestos, etc. Pero ahora, tienen la misma autoridad que Jesús ha recibido del Espíritu. Cabe mencionar que esta autoridad que reciben es temporal y especial porque aun no han recibido al Espíritu mismo y no lo recibirán sino hasta que Jesús haya muerto, resucitado y ascendido. Nosotros, sin embargo, que somos discípulos post-pentecostés ya tenemos al Espíritu y la autoridad y el poder que hemos recibido son perennes y normativos.
Esto, no obstante, significa que cualquier tarea que desempeñemos como ministros del Reino de Dios y discípulos del Rey, es estrictamente empoderada por Jesús mismo.
No pensemos por un momento que nuestra autoridad, influencia, carisma, liderazgo, personalidad, sabiduría, perfil de Twiter, método de predicación, entrenamiento teológico, denominación, experiencia, educación, o qué se yo, son los que ganarán a la gente para Cristo.
Solo el poder y la autoridad de Cristo son los que lograrán cualquier obra para la expansión del Reino de Dios.
Las buenas noticias son que, en su misericordia, él se goza en usarnos como sus instrumentos para el ministerio.
El hecho de que es su poder y su autoridad nos debe hacer humildes, porque dependemos de su fuerza infinita y no de nuestro poder extremamente limitado. Pero también nos debe hacer firmes, valientes y audaces por exactamente la misma razón; son su autoridad y poder y no los nuestros.
Usado con permiso expreso del autor. Puedes encontrar el artículo original aquí.
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