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Por Emmanuel Alfonzo. En la voz de Jorge Meléndez
“Pero el fruto del Espíritu es…paz.” – Gal. 5:22
En mayo de 2015, al lado de mi esposa y de toda su familia, la cual amo como mi familia, nos tocó vivir la peor situación que jamás pudiéramos imaginar vivir en esta tierra. Como muchas otras familias en México cada día, fuimos víctimas de una de las peores expresiones de la maldad del ser humano caído: el secuestro de uno de mis cuñados y el posterior asesinato de él y de mi suegro quien en su amor de padre y su comprensión del evangelio (lo que Dios hizo por él al enviar a Jesucristo para salvarlo de la muerte eterna), valientemente acudió a entregar el rescate monetario que estos criminales pedían.
Ochenta horas de terror desde que todo comenzó hasta que los sepultamos representaron para nosotros los peores días de nuestras vidas y cada día que ha transcurrido hasta hoy ha sido de profunda tristeza y dolor.
Textos como Filipenses 4: 6,7, 9“ 6Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. 7Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. 9Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros.“ resonaban en nuestra mente y nuestro espíritu trayendo, en medio del dolor y las lágrimas, una paz que sobrepasa, literalmente, todo entendimiento.
El breve funeral fue un evento de evangelismo y testimonio a la sociedad; el nombre de Cristo, la fuente de nuestra esperanza, fue glorificado. Desde ese mismo día y hasta hoy mucha gente le pregunta a mi suegra, a mi esposa, a mis cuñados que sobreviven, ¿Cómo hacen para estar de pie? ¿Cómo tienen tanta paz? ¿Cómo un suceso como este no los destruyó por completo? y la respuesta es siempre la misma: La paz que, en su gracia, nos provee el Señor. Paz que no proviene de un esfuerzo humano por mantener una calma efímera, sino que fluye naturalmente como una expresión del fruto del Espíritu Santo que opera en la vida del creyente cuya fe, total confianza y esperanza radica en Cristo y en su obra redentora en la cruz del calvario que nos garantiza la vida eterna en Su gloria.
¿Cómo es esto posible?
Para el cristiano, según la Escritura, la paz representa esta calma interior que viene como resultado de la confianza total en la relación de salvación con Cristo. La forma verbal denota la suma perfecta de todas las cosas y se refleja en la noción de “tenerlo todo”. Esta paz no tiene nada que ver con las circunstancias temporales.
Todos en algún momento hemos experimentado o experimentaremos circunstancias negativas, ya sea como consecuencia de nuestras decisiones o por causas ajenas a nosotros mismos, que tienen el potencial de perturbarnos al punto de desequilibrar nuestra vida y nuestro entorno; ya sean de índole social, familiar, económico, en el área de la salud y tantas más que pudiéramos mencionar.
Pablo nos recuerda una importante verdad en la carta a los Romanos 8:28: “28Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” La cual, entendida correctamente, no promete que a los que aman a Dios, esto es a los cristianos, jamás les acontecerá nada malo, sino que es una garantía de que aún las peores situaciones (todas las cosas buenas y todas las cosas malas) que tuviera que atravesar colaborarán para su mayor bien, el cual es su salvación; como lo dijeran la mayoría de las confesiones de fe “el mayor bien del hombre es conocer a Dios y disfrutar de su presencia para siempre”. Esta verdad es una piedra fundamental para la fe del verdadero creyente la cual trae estabilidad al momento de enfrentar la adversidad.
Nuestro señor Jesús da estas preciosas palabras a sus discípulos enseguida de la promesa del Espíritu Santo que vendría en su nombre y les (nos) enseñaría todas las cosas y les (nos) recordaría sus palabras: “27La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” Juan 14:27. La palabra paz viene del hebreo shalom, que se convirtió en un saludo para los discípulos después de la resurrección de Jesús haciendo alusión a esta promesa de parte del Maestro, y que asegura particularmente la calma en tiempos difíciles. Paz que desconocen aquellos que aún no son salvos.
Leí alguna vez, en un libro de Billy Graham, que hay dos clases de felicidad. Una nos llega cuando las circunstancias son placenteras y estamos relativamente libres de problemas. El inconveniente con esta clase de felicidad es que es fugaz y superficial. Cuando las circunstancias cambian, y esto es inevitable, esta clase de felicidad se evapora como la neblina de la mañana en el calor del medio día. Pero hay otra clase de felicidad. Esta segunda clase de felicidad es paz y gozo internos y duraderos que sobreviven a cualquier circunstancia. Es una felicidad que perdura, no importa lo que enfrentemos. Es curioso, pero puede que aumente en la adversidad. A la felicidad que nuestro corazón desea no la afecta ni el éxito ni el fracaso, mora muy adentro de nosotros y nos da paz y contentamiento interiores, no importa cuál sea el problema en la superficie. Es el tipo de felicidad que no necesita ningún estímulo exterior.
Esta es la clase de felicidad que necesitamos. Esta es la felicidad por la que nuestras almas claman y buscan sin descanso.
¿Hay esperanza de obtener esta clase de felicidad? ¿Hay alguna salida de nuestros problemas? ¿Podemos hallar esa paz interior verdaderamente?
La respuesta rotunda, para todos y cualquier caso, es sí, siempre y cuando busquemos en el lugar correcto.
Conclusión
Cristo Jesús es la única fuente verdadera de esta paz que nos es administrada por la obra maravillosa del Espíritu Santo en nuestras vidas cuando lo hemos hecho a Él nuestro Señor y nuestro Salvador.
El verdadero problema del hombre no son sus circunstancias temporales sino su condición eterna delante de Dios. La falta de paz que experimentamos sin Cristo es un reflejo externo de un problema más grave interno que es nuestra separación, nuestra enemistad con el Dios Santo de las Escrituras, y es solo al solucionarse este problema mayor, a través de confiar en la obra perfecta de Cristo en esa cruz que nos reconcilia con Dios que podemos experimentar la verdadera paz interior.
“1Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; 2por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 3Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; 5y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” Romanos 5:1-5
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Pregunta: ¿Y tú, cómo has experimentado la paz de Dios? Déjanos un comentario presionando el botón.
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Excelente reflexión. Gracias Emmanuel!!
Isaias 53:5 (NTV)
“Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones y aplastado por nuestros pecados. Fue golpeado para que nosotros tuviéramos en PAZ; fue azotado para que pudiéramos ser sanados.”
Exactamente amigo! Gracias. Te mando un fuerte abrazo. Espero poder verte pronto.
Dios me dio paz cuando partio mi hetmana ella dejo un vetsiculo Juan 16::22 en esos mimentos le pedi al Señor un respuesta y me mostro ese verso en la puerta de su closet. Amen Dios esta al pendiente de todo .DLB.Me llamo Pedro Mellado.