Por Rafael Zúñiga
“9 Entonces el rey llamó a Siba siervo de Saúl, y le dijo: Todo lo que fue de Saúl y de toda su casa, yo lo he dado al hijo de tu señor. 10 Tú, pues, le labrarás las tierras, tú con tus hijos y tus siervos, y almacenarás los frutos, para que el hijo de tu señor tenga pan para comer; pero Mefi-boset el hijo de tu señor comerá siempre a mi mesa… 11 como uno de los hijos del rey… 13 Y moraba Mefi-boset en Jerusalén, porque comía siempre a la mesa del rey; y estaba lisiado de ambos pies.” — 2 Samuel 9:9–13 (RV60)
***
Estamos en la última parte de la serie, y sin duda esta es mi parte favorita. Tengo la necesidad de que puedas ver el panorama completo de la gracia de Dios. Recuerda, somos como Mefi-boset. Así como él recibió tanta bondad de parte de David, nosotros la hemos recibido de Dios, y todos los días seguimos tomando de Cristo gracia sobre gracia (Jn. 1:16).
Hemos sido buscados y encontrados por Dios. Él nos llamó, y sigue llamando a todos. Él ha expuesto nuestra incapacidad, pero a su vez, ha sanado todas nuestras heridas. Nos ha hecho ver que somos insuficientes y solo Él es suficiente. Hemos visto que la gracia de Dios es generosa y expulsa todo temor de nuestras vidas. Nos ha devuelto todas las bendiciones que el pecado había quitado de nosotros. También, es una gracia que nos deja asombrados y provoca en nosotros un sentimiento santo de indignidad y pequeñez delante de Dios. Pero es aquí, donde otra vez la gracia vuelve a actuar. No es una gracia que te promete algo solo una vez y te deja a tu propia suerte para ver si lo tomas o no. No. Es una gracia que confirma y hace pública sus promesas una y otra vez, cuantas veces sean necesarias, aún cuando no lo merecemos. Y a Mefi-boset le fue necesario que le repitieran lo mismo para que supiera de una vez por todas que todo era de él, que la gracia lo cubre todo.
***
Aunque lisiados, herederos
“Todo lo que fue de Saúl y de toda su casa, yo lo he dado al hijo de tu señor” (v. 9). David le repite otra vez a Mefi-boset, pero ahora delante de Siba siervo de Saúl, que todo pasa a estar en manos del joven. En su amor, David le confirma delante de todos que todo le pertenece. Bien pudo el rey quedarse con todas las tierras, pero en su generosidad y bondad se desprende de todo para dárselo al hijo de su mejor amigo.
Es hermoso ver que aunque Mefi-boset estaba lisiado, sin la capacidad suficiente para caminar por todas las tierras a menos que alguien le ayudará, es el dueño de todo. Dios, en su gracia, no se fija si somos lo suficientemente aptos y hábiles para recibir de lo que Él tiene. Como lo dijo Pablo: “Dios escogió lo despreciado por el mundo — lo que se considera como nada — y lo usó para convertir en nada lo que el mundo considera importante” (1 Cor. 1:28, NTV). Dios es experto en tomar aquello que a los ojos de todo el mundo es considerado lo peor para hacerlo heredero de toda la gloria del cielo. Como lo dijo mi pastor: “Dios usa lo que el hombre desecha”. Dios ama aquello que esta destrozado y roto para hacer de ellos una obra perfecta.
Aunque muchas veces las cicatrices de nuestros pecados siguen allí, no por eso dejamos de ser amados. Al contrario, eso es una muestra de que el Señor ha curado nuestras heridas, y de las cenizas nos ha levantado en gloria; del lodo de nuestra maldad, nos ha llevado a su presencia. De ser vagabundos, nos ha dado herencia, y no son tierras físicas, sino una herencia incorruptible, que no envejece con el tiempo, sino que permanece para siempre. ¡En Cristo tenemos todo! ¡En Cristo somos herederos!
***
Aunque lisiados, siempre a Su mesa
Bien, esta es mi parte favorita. Es la escena más conmovedora, siempre y cuando entendamos lo que esto significa. Antes de que continúes leyendo, quiero preguntarte lo siguiente: ¿cómo te sientes cuando estás sentado a la mesa con gente que te ama, que te aprecia y que te tiene en alta estima? ¿Qué pasa por tu corazón cuando alguien importante para ti, te invita a pasar tiempo con él, sentado, comiendo, viéndose cara a cara? Sin duda, es uno de los mejores momentos. Para muchos, la hora de la comida es la “hora sagrada” porque es el tiempo en donde estas con los tuyos, comiendo y conviviendo. Hasta nos gusta hacer “sobre-mesa” porque nos deleitamos en conversar con los que amamos.
La muestra más grande de bondad que David pudo haber tenido con Mefi-boset fue esta: sentarlo a su mesa. Me impresiona que en el último versículo del capítulo anterior de esta historia dice así: “y los hijos de David eran los príncipes” (2 S. 8:18). Yo creo que el Espíritu Santo puso esto allí para hacernos ver el poder de la gracia sobre alguien que no era un príncipe. ¿Qué había en Mefi-boset para ser digno de todo esto? ¡No había nada en él! Él era digno de muerte, pero el amor que desbordaba del corazón de David hizo que él se pudiera sentar a la mesa “como uno de los hijos del rey” (v. 11). Esto es lo maravilloso que hace la gracia. No solo hace todo lo que ya hemos visto que hace. No solo nos da una herencia y nos dice: “Te puedes ir, disfruta de lo que te di”. ¡No! La gracia no te excluye, te incluye. La gracia no te suelta, te retiene, porque Cristo quiere que estés con Él. ¿Acaso Jesús no comía con los pecadores, las prostitutas y los ladrones? Él los hizo sentar a su mesa, a su lado, para que escucharan las palabras de vida. Tenemos un Dios que no hace acepción de personas, sino que acepta a todos tal y como vienen. Tenemos a un Rey que quiere intimar con nosotros.
***
Aunque esta es mi escena favorita de la historia, todavía no termino por encontrar las mejores palabras para explicarla. La tengo en mi mente y en mi corazón, me veo a mi mismo como si yo fuera Mefi-boset, y me conmuevo profundamente. Me es imposible quedarme estático cuando yo sé la gracia que Dios me ha mostrado a mí, a pesar de todas mis debilidades, flaquezas y pecados. Pero aún así, sé que sigo siendo insuficiente para escribir todo lo que pienso y siento sobre esta escena. Pero lo único que sé, es que Cristo quiere hacernos sentar con él. Quiere estar con nosotros cara a cara. Ya no debe haber temor en ti ni en mi después de haber visto tanta gracia. Al fin y al cabo, es una mesa real llena de otros lisiados que han sido encontrados por el amor de Dios, y es una mesa donde Jesús es un Rey que sirve y atiende a sus invitados (Lc. 12:35–38).
¡Oh, gracia irresistible! Yo no quiero moverme de esa mesa. Quiero estar para siempre con mi Rey. Nada es más cautivante que eso. Es gracia que me encontró y me llevó al lugar de más alto honor. Y ya no importa si estamos lisiados de ambos pies, ahora lo que importa es que para siempre estaremos comiendo a la mesa del Rey (v. 13).
“Y siendo un vil pecador,
Hoy como en Su mesa;
Y solo su gracia
Le basta a mi corazón.”
Usado con permiso de https://medium.com/@rafaelzuniga/. Puedes encontrar el artículo original aquí.
Fotografía por rawpixel.com en Unsplash