Por Pablo Sánchez
Comida rápida. La amas o la odias. O tal vez la amas y la odias a la vez. Pero, sin importar lo que tú personalmente opines, está por todos lados. Sabemos del mal que nos hace y tal vez entendemos el alto costo de la comida chatarra. Estamos preocupados. Pero, siendo honestos, pocos hacemos algo al respecto. Nuestros vientres se siguen inflamando con sus abundantes calorías y carbohidratos. El fácil acceso a ella y las sustancias tan irresistibles que contiene la convierten en un cebo que mordemos con gran facilidad.
La verdad es que no solo somos adictos a las grasas saturadas y los azúcares; somos adictos a la comodidad. Es mucho más fácil comprar una coca en el OXXO ((OXXO es una cadena de tiendas de conveniencia mexicana.)) de camino a casa que preparar una deliciosa agua fresca de jamaica con guayaba. Estamos a merced de la tentación de la gratificación instantánea.
Y estamos pagando un alto precio por ello. Los niveles de desnutrición y obesidad en nuestra sociedad son realmente vergonzosos y alarmantes.
Pero no para ahí. Esa condición interna de buscar el placer superficial e inmediato tiene su origen en lo más profundo de nuestro ser y se manifiesta de muchas maneras. Otra expresión externa de esta inclinación interna es el alto consumo de las hamburguesas espirituales.
¿Y eso qué es?
Qué bueno que lo preguntas. Me gusta llamar hamburguesas espirituales a ese pseudo alimento del alma que consumimos en la forma de versículos bíblicos secuestrados de su contexto. Me refiero, a esos pasajes bíblicos que figuran en tazas, camisetas, cuadernos, cuadros y, más recientemente, en nuestras redes sociales. Estos versículos, generalmente acompañados de imágenes cursis o llamados a la acción que incluyen darle like, compartir y escribir Amén, es precisamente a lo que me refiero.
Espera. ¿Pero que acaso compartir la Palabra de Dios no es algo bueno?
Definitivamente que sí. Es algo sublime, necesario y uno de nuestros más excelsos privilegios. Sin embargo, debido a la naturaleza tan admirable de nuestra tarea, debiéramos ser más juiciosos a la hora de cumplir con ella. Pablo, el apóstol, nos puso el ejemplo en su discurso de despedida ante los ancianos de Éfeso (Hechos 20:26 -32).
Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios… Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno. Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados.
Pablo no solo se sentía satisfecho con haber compartido el consejo de Dios. Dejó muy en claro que su fidelidad radicaba en compartir TODO el consejo de Dios. Cual madre preocupada porque sus hijos tuvieran una dieta balanceada, el apóstol no rehusó darles una alimentación completa. Él sabía que la Palabra de la Gracia de Dios en su totalidad tenía el poder para perfeccionarlos.
Yo sé que típicamente quienes comparten frases bíblicas no lo hacen con mala intención. Sin embargo, es preciso que tengamos una comprensión adecuada del marco bíblico que acompasa a toda frase que de la Palabra de Dios emana. Aun los proverbios de Salomón que fueron pensados para poder expresarse como oraciones coherentes y cabales por sí mismas deben de considerarse como piezas de un todo más amplio y complejo que sólo el libro del que son parte.
Por eso, debemos acercarnos a la Biblia con una perspectiva correcta. TODA la Escritura es inspirada y útil, no sólo algunos de los Salmos, Juan 3:16, Filipenses 4:13 y Josué 1:8. A la luz de ese conocimiento, deberíamos proponernos leerla en su totalidad. O por lo menos libros completo a la vez. La tentación de ir a Google y escribir en su buscador “versículos para cuando estoy triste” o “versículos de promesas” es muy grande. Pero confiemos en Dios. Confiemos en que su Palabra es viva y eficaz y puede alimentarnos si la leemos sistemáticamente.
La Palabra de Dios no es como un buffet en el cual podemos brincarnos las ensaladas e ir directo a la pizza y el postre. La Escritura es más bien un exquisito y balanceado manjar de cuatro, cinco o más tiempos que, en su totalidad, nos nutre y nos satisface. Filipenses 4:13 no te va a sostener toda la vida. Ni siquiera todo el mes. Ni siquiera todo el día. Tú necesitas el libro de Filipenses entero (una lectura de unos 15–20 minutos), cuanto menos todo Filipenses 4 para librar este día.
Pero este acercamiento a la Palabra no solo nos afecta a nosotros. Daña a los demás también. Al compartir pasajes bíblicos aparentemente inconexos reducimos esas verdades maravillosas a simples frases motivacionales iguales, por lo menos en la mente de los demás, a las dichas por Tony Robbins, el Dalay Lama, Confucio o César Lozano. Le hacemos creer a las personas que las promesas que Dios le hizo a Israel o a su iglesia son para todo el mundo. Proponemos un concepto incompleto de Dios exaltando ciertos atributos y omitiendo otros. Compartimos un evangelio incompleto. Somos cómplices del engaño de los perdidos al no ser fieles a la Palabra.
No deshonremos la Palabra de Dios. No caigamos en la tentación. Vamos a aplicarnos. Dios se lo merece y nosotros lo necesitamos desesperadamente.