Por Joe Holland
Experimento un regocijo cuando leo fragmentos de los Evangelios que registran los conflictos que tuvo Jesús con los líderes religiosos de esa época. Es como ver un evento deportivo en el que la victoria de tu equipo está estadísticamente asegurada tal que la ansiedad como espectador desaparece, dejando una confianza anticipada, un sabor de victoria antes de que llegue. Pero hay un pasaje que siempre ha sido difícil que me guste.
En Mateo 22, los Saduceos, quienes no creían en la resurrección, intentaron poner a Jesús en una trampa teológica con una pregunta sobre una mujer que había estado casada con siete hermanos sucesivamente después de cada muerte. ¿De quién sería esposa en el cielo?. Antes de que Jesús diera una respuesta brillante en los versículos 31-32, Él dice: “Porque en la resurrección, ni se casan ni son dados en matrimonio, sino que son como los ángeles de Dios en el cielo” (v. 30). El objetivo de Jesús en este comentario es que las estructuras familiares que existen durante nuestro tiempo en la tierra, antes de la segunda venida de Jesús, no serán replicadas en el reino celestial.
Dos cosas para considerar
Al dirigir la tensión de este pasaje, asumo dos cosas:
Primero, que se entienda que nuestras familias son, en cierta medida, afectadas por una falla del ideal Bíblico para la familia. El occidente ha ido constantemente abandonando el modelo Bíblico para la familia durante las últimas décadas (por ejemplo, considere este estudio de Pew Research). Otros estudios abundan con estadísticas similares y todo es bastante deprimente. Todos podemos sentir el dolor de la disfunción familiar de una u otra manera. El divorcio es el ejemplo más claro, pero cada conflicto pecaminoso y palabra egoísta dentro de nuestras familias es un recordatorio de la disfunción.
En segundo lugar, que también se han experimentado las alegrías y gozos que la familia puede traer. Tengo una esposa maravillosa y cuatro hijos increíbles. A menudo, para mí, son un retraimiento de las disfunciones de la vida. Sin embargo, quizás no estás casado (a) o no tienes hijos. Aún así, hay momentos preciados con la familia extendida o amigos, compañeros de clase, compañeros de cuarto o miembros de tus equipos, momentos que son recuerdos que guardamos aparte para traerlos de vuelta en tiempos de tristeza para recordarnos lo que se siente tener una conexión verdadera. Lo humanos saboreamos la alegría relacional. Estamos hechos para eso.
Estas dos cosas, que se juntan en tensión, me llevan a querer tomar lo mejor de mis alegrías relacionales de esta vida y utilizarlas como un baluarte contra la degradación relacional que está en todas partes. Al final, las proyecto en mi vida presente e incluso en mi vida futura, pensando que serán eternas. Por esto, en ocasiones quiero ser un esposo y un padre en el cielo.
Sin embargo, no es lo que Jesús dice que seré en el cielo. Yo seré algo diferente. Pero, yo sé esto: no estaré decepcionado en el cielo. O para poner esto mismo en un lenguaje más teológico y positivo, en el cielo “seré perfeccionado en el completo gozo en Dios eternamente”. Pero, ¿cómo puede ser ésto? ¿Cómo se pueden cumplir mis anhelos de satisfacción familiar cuando lo mejor que he experimentado actualmente en mi familia es maravilloso pero temporal?. La respuesta es: la Iglesia.
Nuestro Padre adoptivo
Antes de que podamos hablar de la Iglesia, tenemos que retroceder un poco y tratar de entender cómo la Biblia habla sobre el pueblo de Dios. Parafraseando a B.B. Warfield, “El Nuevo Testamento es el Antiguo Testamento con las luces encendidas”. Dios siempre ha sido celoso de su pueblo y de su salvación. Es decir, sólo Dios salva y se deleita en aquellos a quien Él salva. Esto es claro tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento, estas características de Dios se muestran claramente en la adopción. La adopción es una declaración de Dios de que aquellos a quienes salva por medio de la fe en Jesús, no sólo obtienen un nuevo estado como justos en Cristo, sino que también se les ha dado la identidad de hijos e hijas de Dios. Dios no sólo es el Salvador misericordioso y Señor del pacto, sino también, asombrosamente, “Abba Padre”. Esto significa que tanto el cristiano que tiene un fantástico padre terrenal, como el cristiano con un padre terrenal abusivo, ambos tienen un Padre celestial perfecto, cuyo amor eterno y cuidado paternal son para siempre.
La Iglesia universal y su manifestación tangible en la Iglesia local, es la respuesta a esa tensión que sentimos entre los conflictos familiares y lo mejor de lo que sentimos entre esposo, padres e hijos, y demás relaciones familiares.
Decir que la adopción de Dios es un regalo inmenso es una subestimación. Pero no termina allí. La adopción no sólo asegura una relación increíble con Dios, también nos provee una familia eternal. La adopción es vertical, entre Dios y nosotros, y horizontal, entre cada uno de nosotros como discípulos de Jesús. Es por esto que dije anteriormente que la Iglesia universal y su manifestación tangible en la Iglesia local, es la respuesta a esa tensión que sentimos entre los conflictos familiares y lo mejor de lo que sentimos entre esposo, padres e hijos, y demás relaciones familiares. Mientras la vida biológica trae alegrías familiares temporales, la vida eterna trae alegrías familiares eternas. Mientras que las relaciones sanguíneas brindan una satisfacción mesurada, el vínculo de la sangre de Jesús trae relaciones perfectas que nunca terminarán.
Esperanza para el futuro
Aún cuando está vida sigue llena de las consecuencias de la caída de Adán en el pecado, tenemos esta esperanza para mirar hacia adelante: nuestras relaciones terrenales no nos apuntan a algo mejor de lo que serán en el cielo. Al contrario, nos apuntan a algo más. Jesús no dice que “ni se casan ni se dan en matrimonio” porque el cielo incluirá menos alegrías que el matrimonio. En cambio, el gozo será mucho mejor. El gozo será trascendido en la comunidad de los santos, porque mora junto a la faz de Dios en los cielos nuevos y tierra nueva.
Me pregunto si ya has relacionado estas cosas antes: disfunción, relaciones familiares de calidad, la adopción en la familia de Dios y la Iglesia. Forman una llamada y respuesta estructural, una tensión y una resolución que va de un jardín a una ciudad celestial. Pero más que una bonita metanarrativa de lo que es real “allá afuera” y “algún día”, es una verdadera comodidad ahora mismo.
Estoy trabajando duro para atesorar recuerdos familiares, sanar heridas familiares, invertir en mi matrimonio y amar a mis hijos hasta que sean adultos. Yo soy un esposo y padre, y he fracasado y tenido éxito en estos roles en diferentes maneras y en distintas ocasiones. Pero mi esposa y mis hijos comparten conmigo algo más que mi apellido. Ellos comparten una fe común en nuestro crucificado y resucitado Señor. Yo soy un esposo y padre para ellos en estos momentos, pero soy su hermano en Cristo para siempre. Y ese vínculo familiar que también compartimos con todo aquel que invoca el nombre de Jesús para salvación: Su Iglesia. Esto es una familia cristiana.
Usado con permiso de Ligonier Puedes encontrar el artículo original en inglés aquí. Traducido por Acacia Arreola
Fotografía en Unsplash
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