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Por Diego Portillo
La Iglesia como el pueblo de Dios
Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno…
Efesios 2:14
La iglesia es el pueblo de Dios. Muchas personas dudan de esta realidad, y esto puede darse porque constantemente se ha enseñado una separación total entre el Israel del Antiguo Testamento y la Iglesia del Nuevo Testamento. Sin embargo, el apóstol Pablo es claro en este pasaje de Efesios.
En estos versículos, Pablo trata el tema de la unidad de judíos y gentiles en la Iglesia de Cristo. Dice que ─antes de conocer al Señor Jesucristo los gentiles estaban “sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (v. 12). Esta es una descripción muy específica de la condición precaria en que los gentiles se encontraban en el pasado al no formar parte del pueblo de Dios. Luego, Pablo contrasta esta condición de separación con la unidad que Cristo ha provisto por medio de su muerte en la cruz. En el versículo 13 presenta la nueva situación de aquellos que antes no formaban parte del pueblo del Señor: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.” Claramente, este versículo nos enseña sobre la cercanía de que ahora disfrutan los pecadores con el Dios santo. Sin embargo, en los siguientes versículos se muestra la realidad maravillosa de que esta unión ha sido efectuada también entre judíos y gentiles, las dos grandes clases de personas en el Antiguo Testamento: Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades (14-16).
Como podemos apreciar, Pablo enseña claramente que en Cristo tanto judíos como gentiles forman parte del pueblo de Dios. Por tanto, en este artículo quiero tratar de manera breve tres puntos.
1 – Sólo hay un pueblo de Dios. Respecto a Israel y la Iglesia, hay varias posturas. Algunos dicen que Israel y la Iglesia son dos pueblos totalmente diferentes; de acuerdo con ellos, Israel es el pueblo terrenal y la Iglesia el pueblo espiritual de Dios. Otros dicen que la Iglesia reemplaza totalmente a Israel; ellos dicen que el pueblo de Israel no existe más, sino que la Iglesia absorbe todo lo prometido a Israel. Personalmente, creo que la Iglesia es sencillamente una nueva etapa en el gran plan de Dios para la historia; es un cuerpo compuesto por judíos y gentiles. Después de todo, el plan eterno de Dios siempre ha sido unir todas las cosas en Cristo (1:10), y esto incluye a los judíos y gentiles en la Iglesia. Por tanto, la Iglesia es una “nueva humanidad” (NVI) que ha nacido de nuevo por la obra del Espíritu Santo y que es guiada por el mismo Espíritu a vivir para la gloria de Dios (2:15).
Por tanto, creo que es mucho más conveniente afirmar que no hay separación eterna ni reemplazo, sino una unión espiritual que se corresponde con el plan eterno de Dios. Ese es al final el tema que ocupa la mente de Pablo en Efesios: la completa unidad de la Iglesia universal en Cristo. Es por eso que al hablar de los creyentes como la nueva humanidad, Pablo dice que no “hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, culto ni inculto, esclavo ni libre, sino que Cristo es todo y está en todos” (Col. 3:11). Sólo hay un pueblo de Dios, y ese pueblo de Dios es la Iglesia, en la cual Cristo es nuestra identidad.
2 – El pueblo de Dios vive bajo la autoridad de Cristo. Por supuesto, al ser el pueblo de Dios, la Iglesia debe vivir bajo las reglas de Dios. Por eso, Pablo exhorta a los hermanos en Colosas a que vivan siempre bajo la suprema autoridad de Cristo. En uno de los más bellos versículos de exhortación a volvernos a la suficiencia de las Escrituras, Pablo escribe: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales.”
Sobre este versículo, William MacDonald escribe: La palabra de Cristo se refiere a las enseñanzas de Cristo tal como se hallan en la Biblia. Al saturar nuestros corazones y mentes con Su santa palabra y buscar andar en obediencia a la misma, la palabra de Cristo está realmente en su casa en nuestros corazones.
Por tanto, nosotros que formamos parte del pueblo de Dios debemos vivir cada día bajo la autoridad suprema de nuestro Rey y Señor, y esa autoridad nos ha sido revelada y preservada en las Sagradas Escrituras.
El pueblo de Dios proclama el evangelio. Una de las características más maravillosas de este pueblo de Dios es que crece cuando otras personas nacen de nuevo. No estamos llamados a ser un pueblo egoísta y estático, sino a crecer en número. Y aunque el crecimiento numérico es tarea del Espíritu Santo, nosotros tenemos la responsabilidad de compartir las buenas nuevas con todos aquellos que ahora mismo se encuentran separados de la comunión con Dios y con su pueblo.
Uno de los pasajes que más amo en las Sagradas Escrituras es este par de versículos que el apóstol Pedro escribe: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 P. 2:9-10).
Es tan maravilloso descubrir que ahora somos el pueblo de Dios aunque antes estábamos separados de él. Pero también debemos fijarnos en ese “para” que Pedro inserta al final del versículo 9: para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable. Tal como Israel debía reflejar la gloria de Dios a las naciones, la Iglesia debe hacerlo también. Y la virtud más grande que podemos anunciar es que el Dios santo ha decidido salvar a los pecadores que le ofendieron a través de la vida perfecta, la muerte expiatoria y la resurrección victoriosa de su propio Hijo. Debemos anunciar la virtud maravillosa de la cruz, en la cual la justicia y la bondad de Dios se encontraron para dispensar gracia a los pecadores.
Ése es nuestro Dios, el Dios que llama a los que estaban lejos y a los que estaban cerca y los une en un solo cuerpo, un solo pueblo que es la Iglesia, y que nos da la responsabilidad de participar en su misión al llamar a otros por medio de nuestra proclamación del evangelio para formar parte de su pueblo.
Manténte atento o atenta a la serie. Esperamos que la disfrutes y la compartas con tus hermanos de la iglesia, tus familiares, tus amigos y tus conocidos.
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