Por Walter Jolón / Thomas Watson
La historia de la Iglesia tiene un rico legado que hoy podemos redescubrir y así, beneficiarnos de la sabiduría que Dios les ha dado a muchos hombres a lo largo de la historia. Durante el siglo XVI surgió en Inglaterra un movimiento reformista que fue conocido como puritanismo, los hombres que conformaron este movimiento fueron llamados puritanos como una especie de burla hacia su búsqueda sincera de reformar y purificar la Iglesia de Inglaterra, estos hombres fueron conocidos como los médicos del alma por la vasta sabiduría con la que fueron dotados por Dios para tratar asuntos de la condición deplorable del alma, su restauración, una comprensión profunda de la pecaminosidad del hombre entre muchísimos más asuntos relevantes y conscernientes a la búsqueda de la santidad.
Thomas Watson, quien es uno de muchos puritanos, fue un magnífico escritor de quien podemos aprender mucho para nuestros días, y seguramente generaciones futuras serán beneficiadas con sus escritos.
Hoy quiero dejar un extracto de uno de los libros de Watson que fue titulado como Consolación Divina. El fin principal de este libro es ayudarnos a comprender que el desánimo en los piadosos tiene un origen doble: o bien se debe a que sus motivos internos de consuelo se ven enturbiados, o bien a que sus motivos externos de consuelo se ven perturbados. Este libro nos ayuda a poner el remedio para ambos problemas.
Prosiguiendo con el extracto, Thomas Watson escribe: “El pecado es condenable por naturaleza, pero Dios en su infinita sabiduría prevalece sobre él, y hace que surja el bien de aquello que parece lo más contrario al mismo. Ciertamente, es una maravilla que pueda manar miel de este león. Podemos entenderlo en un doble sentido.”
Enseguida, Watson empieza a desarrollar la primer manera de encontrar beneficio a través del mal del pecado:
Los pecados de otros son invalidados para el bien de los piadosos.
No es poca tribulación para un corazón bondadoso el vivir entre los inicuos. “¡Ay de mí, que moro en Mesec […]!” (Sal. 120:5). Sin embargo, aun esto lo vuelve el Señor en bien, pues:
(a) Los pecados de otros obran para el bien de los piadosos, al producir una santa tristeza. El pueblo de Dios llora por lo que no puede reformar. “Ríos de agua descendieron de mis ojos; porque no guardaban tu ley” (Sal. 119:136). David lamentaba los pecados de su tiempo; su corazón se había convertido en una fuente, y sus ojos en ríos. Los inicuos se divierten con el pecado. “¿Puedes gloriarte de eso?” (Jer. 11:15). Pero los piadosos son palomas sollozantes; se entristecen por los juramentos y las blasfemias del mundo. Los pecados de los demás atraviesan sus almas como lanzas. Esta tristeza por los pecados de otros es buena. Este lamento ofendido por los agravios contra nuestro Padre celestial evidencia un corazón como el de un niño. También evidencia un corazón como el de Cristo. Él se sintió “entristecido por la dureza de sus corazones” (Mr. 3:5). El Señor percibe de forma especial estas lágrimas; le complace que lloremos cuando su gloria resulta perjudicada. Demuestra más gracia entristecerse por los pecados de otros que por los nuestros. Podemos entristecernos por nuestros pecados por temor al Infierno, pero entristecerse por los pecados de otros es fruto de un principio de amor a Dios. Estas lágrimas caen como el agua de las rosas, son dulces y fragantes, y Dios las pone en su redoma.
(b) Los pecados de otros obran para el bien de los piadosos, al hacerles orar más contra el pecado. Si no hubiera tal espíritu de iniquidad por el mundo, quizá no habría tal espíritu de oración. Los pecados clamorosos dan lugar a oraciones que claman al Cielo. El pueblo de Dios ora contra la iniquidad de los tiempos, para que Dios refrene el pecado, para que ponga de manifiesto su oprobio. Si no pueden erradicar el pecado mediante sus oraciones, al menos oran contra él; y Dios valora esto bondadosamente. Se tomará nota de estas oraciones y serán recompensadas. Aunque no prevalezcamos en oración, no perderemos nuestras oraciones. “Mi oración se volvía a mi seno” (Sal. 35:13).
(c) Los pecados de otros obran para bien, al hacernos amar más la gracia. Los pecados de otros son un fondo sobre el que destaca más aún el brillo de la gracia: lo opuesto de una cosa la destaca; la deformidad hace destacar la hermosura. Los pecados de los inicuos les desfiguran mucho. La soberbia es un pecado deformante; ahora bien, ¡contemplar la soberbia de otro nos hace amar aún más la humildad! La malicia es un pecado deformante, es el retrato del diablo; cuanto más vemos de esto en otros, tanto más amamos la mansedumbre y la caridad. La embriaguez es un pecado deformante, convierte a los hombres en animales, priva del uso de la razón; cuanto más intemperantes vemos a otros, tanto más debemos amar la sobriedad. La negra cara del pecado hace destacar mucho más la hermosura de la santidad.
(d) Los pecados de otros obran para bien, al obrar en nosotros una mayor oposición al pecado. “Han invalidado tu ley. Por eso he amado tus mandamientos” (Sal. 119:126, 127). David no habría amado tanto la Ley de Dios, si los inicuos no se hubieran enfrentado a ella con tanto empeño. Cuanto más violentos son los otros contra la Verdad; tanto más valientemente están los santos a favor de ella. Los peces vivos nadan contra la corriente; cuanto más sube la marea, tanto más nadan los piadosos contra ella. Las impiedades de los tiempos provocan santas pasiones en los santos; la ira contra el pecado está libre de pecado. Los pecados de otros son como una piedra de afilar para agudizarnos; agudizan aún más nuestro celo e indignación contra el pecado.
(e) Los pecados de otros obran para bien, al hacernos más fervientes en ocupamos de nuestra salvación. Cuando vemos a los inicuos esforzándose tanto para el Infierno, esto nos hace más laboriosos para el Cielo. Los inicuos no tienen nada que les aliente, y sin embargo pecan. Se arriesgan a la vergüenza y la deshonra, se abren paso a pesar de toda la oposición. Tienen la Escritura y la conciencia en contra, tienen una espada de fuego en el camino, y sin embargo pecan. Los corazones piadosos, al ver a los inicuos así de enloquecidos por la fruta prohibida y extenuándose al servicio del diablo, se vuelven tanto más denodados y avivados en los caminos de Dios. Toman el Cielo, como si se dijera, por asalto. Los inicuos son dromedarias ligeras en el pecado (Jer. 2:23). ¿Y nos arrastraremos nosotros como caracoles en la religión? ¿Rendirán mayor servicio al diablo los pecadores impuros que nosotros a Cristo? ¿Irán ellos más apresuradamente a una cárcel que nosotros a un reino? ¿No se cansarán ellos nunca de pecar, y nos cansaremos nosotros de orar? ¿No tenemos nosotros un mejor Maestro que ellos? ¿No son agradables las sendas de la virtud? ¿No hay gozo en el camino del deber, y un cielo al final? La actividad de los hijos de Belial en el pecado es un estímulo para que los piadosos corrijan su ritmo y corran más deprisa hacia el Cielo.
(f) Los pecados de otros obran para bien, al ser espejos en los que podemos ver nuestros propios corazones. ¿Vemos a un pecador abominable e impío? Ahí tenemos un retrato de nuestros corazones. Así seríamos nosotros, si Dios nos dejara. Lo que está en la práctica de otros hombres está en nuestra naturaleza. El pecado en los inicuos es como el fuego en un faro, que fulgura y resplandece; el pecado en los piadosos es como el fuego en el rescoldo. Cristiano, aunque no prorrumpas en la llama escandalosa, no tienes motivos para enorgullecerte, pues hay mucho pecado encubierto en el rescoldo de tu naturaleza. Tienes la raíz de la amargura dentro de ti, y daría un fruto tan infernal como cualquier otra, si Dios no te doblegara por su poder, o te transformara por su gracia.
(g) Los pecados de otros obran para bien, al ser el medio para hacer al pueblo de Dios más agradecido. Cuando vemos a otro infectado con la plaga, ¡qué agradecidos estamos de que Dios nos haya preservado de ella! Volvernos más agradecidos es una buena forma de utilizar los pecados de otros. ¿Por qué no podría Dios habernos dejado en el mismo desenfreno descontrolado? Reflexiona, cristiano, ¿por qué debería Dios serte más propicio a ti que a otro? ¿Por qué debería sacarte a ti del olivo silvestre de la Naturaleza, y no a él? ¡Cómo puede esto hacerte adorar la libre gracia! Lo que el fariseo dijo con orgullo nosotros lo decimos con gratitud: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros […]” (Lc. 18:11). Así, pues, deberíamos adorar las riquezas de la gracia por no ser como otros: borrachos, maldicientes, quebrantadores del día de reposo. Cada vez que veamos a los hombres entregándose al pecado, hemos de bendecir a Dios por que no somos como los tales. Si vemos a una persona fuera de sí, bendecimos a Dios por que no nos ocurre lo mismo; mucho más, cuando vemos a otros bajo el poder de Satanás, deberíamos reconocer con gratitud que no es esa nuestra condición. No nos tomemos el pecado a la ligera.
(h) Los pecados de otros obran para bien, al ser el medio para mejorar al pueblo de Dios. Cristiano, Dios puede hacer que salgas ganando mediante el pecado de otro. Cuanto más impíos sean los demás, tanto más santo deberías ser tú. Cuanto más se entrega el inicuo al pecado, tanto más se entrega el hombre piadoso a la oración. “Mas yo oraba” (Sal. 109:4).
(i) Los pecados de otros obran para bien, al darnos una oportunidad para hacer el bien. Si no hubiera pecadores, no tendríamos tanta capacidad de servicio. Con frecuencia, los piadosos son el medio para convertir a los inicuos; su prudente consejo y piadoso ejemplo son una atracción y un cebo para atraer a los pecadores al abrazo del Evangelio. La enfermedad del paciente obra para el bien del médico; al vaciar de abscesos nocivos al paciente, el medico se enriquece; así también, al hacer volver a los pecadores del error de su camino, nuestra corona se hace mayor. “Resplandecerán […] los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dn. 12:3). No como lámparas o velas, sino como las estrellas perpetuas. De esta manera, vemos cómo los pecados de otros son invalidados para nuestro bien.
***
En el siguiente artículo continuaré con la segunda manera en la que Watson nos enseña a encontrar beneficio a través del mal del pecado, estén atentos.