Por Nicholas T. Batzig
Cuando comencé a plantar la iglesia que ahora pastoreo, consideré seriamente nombrarla “Iglesia Presbiteriana Cristo Nuestro Sacerdote”. Después de todo, ya había miles de iglesias que tenían “Cristo el Rey” (o alguna variación) como nombre . Aún me parece absolutamente impactante que no existan iglesias llamadas “Cristo, nuestro Sacerdote”. Después de todo, todos necesitamos un sacerdote. Nadie puede acercarse a Dios sin un mediador. Es por esta razón que el Sumo Sacerdocio de Jesucristo es una de las verdades más gloriosas en toda la revelación de Dios en las Escrituras. El papel de Cristo como el Sumo Sacerdote de los creyentes tiene un gran impacto en nuestras vidas y experiencias cristianas.
A los creyentes les encanta hablar de la “obra terminada de Jesús”. Después de todo, las Escrituras ponen el sacrificio expiatorio de Cristo una vez por todas en el asiento conductor de la historia redentora y de la vida cristiana. Sin embargo, el sacrificio expiatorio de Jesús es tan sólo la mitad de Su obra sacerdotal. El trabajo del sacerdote bajo el antiguo pacto era sacrificar e interceder. Como Gran Sumo Sacerdote, Jesús ahora “vive para interceder siempre” por aquellos por quienes se ha sacrificado a Dios (Hebreos 7:25). El escritor del libro de Hebreos se enfoca en ambos lados de la obra sacerdotal de Jesús: Su “obra terminada” de ofrecerse a Dios como el sacrificio perfecto y Su “obra inconclusa” de intercesión continua. La vida cristiana solamente se puede vivir a la luz de estos dos lados del papel de Cristo como Sumo Sacerdote sobre la casa de Dios.
Cuando consideramos lo que tiene el sacerdocio de Jesús, en sus aspectos terminados e inconclusos, en la vida del cristiano, debemos tratar de extraer todo lo que podamos del libro de Hebreos. El escritor de Hebreos tenía un profundo interés en la grandeza de este tema. Al escribirle a un pueblo asediado por el sufrimiento -un pueblo que se vio tentado a volverse de Cristo a una forma ritualista de judaísmo para evitar la persecución- el autor hizo todo lo posible para ayudar a los creyentes a comprender el significado de la obra sacerdotal de Jesús para su continuación en la fe. Lo hizo exponiendo los siguientes beneficios del sacerdocio de Cristo.
Un sentido definitivo de pecados perdonados.
La gran promesa del nuevo pacto es el perdón de Dios a nuestros pecados (Hebreos 8:12; 9:22; 10:18) y no recordar más las obras de los creyentes que quebrantan la ley (10:17). El sacrificio de una vez por todas de la obra terminada de Jesús en el Calvario logra esto para el pueblo de Dios. La sangre derramada en la cruz es la sangre por la cual Dios perdona y pasa por alto el pecado de Su pueblo. En virtud de este aspecto de la obra sacerdotal de Cristo, los creyentes “ya no tienen conciencia del pecado” (10: 2). La culpa del pecado ha sido tratada en la muerte del Gran Sumo Sacerdote.
Una conciencia limpia.
Además del perdón del pecado, los creyentes tienen sus corazones limpios en virtud del derramamiento de sangre del Mediador del nuevo pacto. A través de la sangre del sacerdote, Jesucristo, tenemos nuestros “corazones limpios de mala conciencia” (Hebreos 10:22). La sangre de Jesús es la sangre del sacrificio que puede hacer al adorador aceptable para Dios. “La sangre de Cristo (purifica) nuestra conciencia de las obras muertas para servir al Dios viviente” (Hebreos 9:14). Estamos consagrados a Dios como sus adoradores a través del sacrificio de Cristo.
Una herencia asegurada.
La obra sacerdotal de Jesús asegura que los creyentes “reciban la herencia eterna prometida” (Hebreos 9:15). El escritor toma el lenguaje de una última voluntad y testamento, y lo aplica a la obra sacerdotal de Cristo en el nuevo pacto. Cuando Jesús murió, redimió al pueblo de Dios de la condena legal del antiguo pacto y aseguró, mediante esa muerte, la herencia eterna. En Su muerte, tenemos vida y una herencia eterna.
Un ayudante compasivo.
Una de las principales diferencias entre el oficio de un profeta y un sacerdote es que un profeta se encuentra más íntimamente relacionado con Dios que se revela a sí mismo al hombre y un sacerdote se encuentra más íntimamente relacionado con el hombre que viene ante Dios. Geerhardus Vos capturó esto bien cuando escribió: “Un profeta… no representa al hombre sino a Dios; por lo tanto, cuanto más cerca esté de Dios, mejor calificado estará. Un sacerdote, por otro lado, representa al hombre y su calificación se mide por su cercanía con el hombre.” Jesús es el gran y final Profeta y Sacerdote de Dios; sin embargo, en Su obra como Gran Sumo Sacerdote sobre la casa de Dios, se mide por su cercanía con el hombre. Esta es la razón por la cual el escritor de Hebreos puede decir que “no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que en todo aspecto ha sido tentado como nosotros, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Cuando estamos siendo tentados, vamos a Jesús, nuestro gran Sacerdote, sabiendo que Él será compasivo con nosotros y nos dará gracia y misericordia en momentos de necesidad.
Una preservación prometida.
Mientras que gran parte del libro de Hebreos llama a los creyentes profesantes a perseverar en la fe, también hay un enfoque en la verdad fundamental de que perseveraremos porque el Cristo viviente nos está preservando. Puesto que Jesús es el Sacerdote resucitado, ascendido y reinante sobre la casa de Dios, estamos seguros de que “Él puede salvar hasta lo sumo a los que se acercan a Dios por medio de Él, ya que él siempre vive para interceder por ellos” ( Hebreos 7:25). A la diestra del Padre, Jesús está orando en nombre de su pueblo. Los teólogos han llamado a Juan 17 “la Alta Oración Sacerdotal de Jesús.” Nos sentimos muy reconfortados al saber que Jesús, durante Su ministerio terrenal, oró para que el Padre nos guardara y nos llevara a la gloria. ¿Cuánto más consuelo debería derivarse del hecho de que Él está haciendo eso mismo ahora en la presencia de Su Padre en la gloria? Tenemos un representante perfecto que ha vivido, muerto y resucitado por nosotros, y que siempre defiende los méritos de su obra terminada en nombre de Su pueblo. Esta es la misma verdad a la que se apega el apóstol Juan cuando escribe: “Si alguno peca, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Él es la propiciación por nuestros pecados”. (1 Juan 2: 1-2).
La totalidad de la vida del creyente solo se puede vivir a la luz del sacerdocio de Cristo. Como el Mediador del nuevo pacto, Jesús funciona preeminentemente como el Gran Sumo Sacerdote sobre la casa de Dios. En palabras de James Henley Thornwell, “el sacerdocio es la perfección de la mediación”, y tenemos un Mediador tan perfecto en Jesús, que ha, por una ofrenda… perfeccionado para siempre a los que están siendo santificados. (Hebreos 10:14).