Por Salime Wheaterford
Si has leído las noticias alrededor del mundo, te has enterado de protestas y manifestaciones debidas al asesinato de George Floyd, un hombre afroamericano, a manos de un policía blanco. Protestas en EUA, Brazil, Italia, España, Inglaterra, Escocia, Hong Kong, Sudáfrica, Corea, Australia, Tunisia, Japón, Egipto, etc., se han levantado a causa de ello. No es el primer hombre (o mujer) que sufre de asesinato por el color de su piel o por la percepción social heredada. Sin embargo, en un momento histórico, en donde mucho de lo que nos aturde ha sido silenciado debido al COVID, este caso se ha convertido en el emblema social en contra del racismo. Bajo el lema “Black Lives Matter” (Las Vidas Afroamericanas Importan), se ha levantado un grito social que demanda un cambio hacia un mundo más justo, con menos prejuicios. Pero, ¿qué significa esto para nosotros, los cristianos latinos?
El hecho de que alrededor del mundo haya un sentimiento de solidaridad e indignacion por el asesinato de un hombre antes desconocido, es porque todos alrededor del mundo hemos aprendido que el color de la piel importa. En nuestra latinoamérica es común ver una división económica clara entre ricos y pobres, más que por el color de la piel. Bajo el legado español de las castas hemos aprendido que ser “blanquito” o “menos prietito” es mejor. En nuestras telenovelas, películas o comerciales todo apunta a que las mejores oportunidades son dadas a quienes son percibidos “menos indígenas”, “más americanizados/europeizados”; y por tanto, desde pequeños aprendemos a blanquear nuestra identidad y a jugar el juego de dejar nuestra etnia. Pero en el principio, cada uno de nosotros fue creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27). Por tanto, nosotros y toda persona con la que convivimos en nuestro día a día refleja esta imagen y semejanza, y nos recuerda el infinito poder creativo de nuestro Dios. Por este simple hecho, varón y hembra… blancos, rojos, amarillos, cafés y negros… todos merecen nuestro respeto, pues cada uno refleja esa imagen de Dios. Pero la Palabra de Dios no nos deja en un simple reconocimiento de la dignidad de cada individuo, sino que nos apunta a más.
Muchos de nosotros olvidamos el principio y el fin. Olvidamos que desde el principio, Cristo vendría para ser “bendición para todas las naciones de la tierra” (Génesis 22:18) y que al final “una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas” estará de pie delante del trono y delante del Cordero (Apocalipsis 7:9).
Como cristianos latinos debemos recordar que Dios nos creó de diferentes colores para que lo adoremos en Cristo, en unidad, sin uniformidad.
Nuestro color nos da sabor cultural, y cada sabor cultural es indispensable para conocer y reflejar la grandiosidad de nuestro Dios. He tenido la oportunidad de ser parte de iglesias de gran diversidad y he aprendido el sazón que trae el adorar con hermanos africanos, y la profundidad que trae el adorar con hermanos asiáticos; y el gozo de comunidad al adorar con hermanos de mi sangre, y la lucha al adorar con hermanos europeos, y la solidaridad de adorar con hermanos americanos. Cada cultura y cada subcultura tiene un sabor exquisito que refleja esa unidad sin uniformidad y le da color a la grandeza de nuestro Dios. Es gozo, es esperanza de una realidad gloriosa y eterna que solo ocurre en el poder transformador y redentor de un corazón que ha entendido el Evangelio.
En las pasadas semanas he visto un cambio radical en compañías y marcas.
Sin importar el tamaño, todas han publicado un comunicado indicando apoyo hacia las minorías, en EUA, hacia el movimiento “Black Lives Matter”. Creo que en la mayoría de los casos esto se debe a un miedo apabullante hacia las repercusiones de no hacerlo. Evitando a toda costa estar en el lado incorrecto de la historia, estas marcas han decidido donar millones de dólares a causas que hace un par de semanas no sabían que existían. Con el cristianismo pasa igual. Muchos libros escritos por antes cristianos afroamericanos no reconocidos se han convertido en “Best Sellers” (los más vendidos) en las pasadas semanas. Un sin fin de seminarios virtuales contra el racismo se llenan en cuestión de minutos, y campañas financieras apoyando causas cristianas iniciadas por minorías, recaudan tres o cuatro veces más sus metas en un par de días. El miedo apabullante a ser vistos como racistas o intolerantes impulsan estos comportamientos. Sabemos que el miedo es un aliciente poderoso. Sin embargo, el miedo simplemente impulsa cambios superficiales; y como cristianos, esto no es suficiente.
El evangelio transforma nuestro interior.
Cristo nos da convicciones que llevan al arrepentimiento y a enmendar nuestros pecados. El evangelio es un cambio sobrenatural interno que impacta nuestros comportamientos externos. Y cuando ese cambio está arraigado en esperanza de una visión extraordinaria y no en miedo, ese cambio se convierte en un catalizador social permanente y no un movimiento transitorio que cambia con las ideologías del momento. Como cristianos latinos debemos estar dispuestos a ir a nuestro Padre en arrepentimiento, escudriñar las Escrituras para encontrar la dirección y los cambios que nuestras vidas deben tener para glorificar a Dios y salir a nuestra comunidad para implementar acciones nuevas que proclaman la realidad de que Cristo nos ha transformado. Y aunque esto es trabajo arduo, tenemos grandes ejemplos del impacto radical que como cristianos podemos tener en la sociedad.
El racismo, el clasismo y el colorismo no son algo nuevo.
Desde el inicio de la humanidad en Génesis 3 vemos egoísmo, racismo, genocidio, incredulidad. El problema no es racismo, el problema es el pecado. La iglesia primitiva en el Libro de Hechos lo entendía muy bien, y con el legado histórico del corazón de Dios luchando por los relegados sociales, la iglesia primitiva entendió su obligación por ayudar y asistir de manera holística a las minorías, a los marginados. Sin olvidar que el primer llamado de la Iglesia es la proclamación de la salvación por fe en Cristo, estos creyentes unificados, protestaban prácticas sociales deplorables teniendo una convicción interna que los llevaba a tener una vida externa intachable. Muchas de estas iglesias eran multiétnicas y tenían contextos socioeconómicos diversos.
Seguramente había momentos difíciles y conversaciones incómodas, pero entendían que el común denominador de Cristo los hacía iguales. Generosos, amorosos con los que los perseguían, radicales en su convicción de amar y obedecer a Dios proclamando gracia inmerecida, la iglesia primitiva luchó como uno hasta cambiar las prácticas sociales. A eso mismo hemos sido llamados hoy.
“Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres…Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte…y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no la cama…Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida…los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo” (Carta a Diogneto).
Vivimos momentos históricos pero no nuevos en nuestro mundo.
Como cristianos latinos tenemos la oportunidad de volver a ser luz y sal; de regresar a Dios en oración y arrepentimiento, de aprender de Él de acuerdo a su revelación dada en la Biblia y de salir y ser el alma del mundo para que conforme a nuestras prácticas anti-racistas, proclamemos con palabra y acción la esperanza de una transformación radical y permanente que solo se encuentra en Cristo Jesús.
Amemos a Dios a través del estudio y la obediencia de su Palabra, y conforme somos transformados por el poder del Espíritu Santo, amemos a nuestro prójimo, proclamando el evangelio con palabras y con acciones.