Por Salime Wheaterford
¿Qué pide la Ley de Dios de nosotros?
Respuesta: Cristo nos enseñó sumariamente en Mateo cap. 22:37-40: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la Ley y los Profetas”.
Lee Deut. 6:5; Levit.19:18; Marc. 12:30; Luc. 10:27
Los militantes de ese grupo habían matado a su familia. Los extrañaba mucho. Su hijo, su hija, su marido. Si pensaba en ellos con detenimiento, casi podía oírlos reír. Quería odiar a esa milicia; pero había encontrado que Jesús y Su amor había transformado su corazón. Todavía sentía el dolor, pero sabía que Dios la había amado incluso en tiempos de desesperación y soledad, por lo que ahora ella también podía amarlos. Recogió aguas y comida en la estación que le correspondía y se dirigió al campamento más cercano. Al llegar se estremeció. Ahí estaba él, mirándola. El hombre que había matado a su familia. El dolor inundó su corazón, pero ella sintió la presencia y la paz de Jesús y al acercarse a él, le dijo: “Mataste a mi familia, pero aquí estoy y te daré de comer”.
La historia que leíste es una historia real. Una hermana en Cristo eligió confiar en Jesús y mostrar su amor a Cristo amando a su enemigo y sirviéndole. Su enemigo estaba tan desconcertado por el amor y el servicio que le mostraba que terminó por entregarle su vida a Cristo. Y hermana, este es el amor que Dios nos manda tener y demostrar.
La cuarta pregunta del Catecismo de Heidelberg nos recuerda de qué se trata la ley de Dios: se trata de amor. No el tipo de amor de #love-wins donde escondemos la verdad y en nombre del amor, sino el amor que está enraizado en el amor que se nos ha mostrado en Cristo. Un amor que glorifica a Dios y que sobreabunda en nuestro prójimo de manera que nuestro prójimo puede experimentar también, este amor De Dios.
Pero, ¿cómo podemos estar arraigados en un amor así? Bueno, entendiendo que Dios nos ha llamado a vivir en Su estándar de santidad, y reconociendo que no podemos porque somos pecadores. Nos arrepentimos y le pedimos a Dios que nos limpie de nuestros pecados poniendo nuestra fe en Cristo, quien vivió la vida perfecta que no podemos vivir, tomó el juicio y murió la muerte que merecemos y resucitó en victoria al tercer día. Mientras nosotras, por fe, confiamos en que hemos sido perdonados somos selladas con el Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo es El que nos defiende, nos fortalece e ilumina nuestras mentes y corazones cuando leemos la Palabra De Dios y la ponemos en práctica en nuestra vida diaria. Cuando estás en Cristo, El te transforma y redime tu corazón para “amar a Dios porque Él te amó primero”. A medida que Él te transforma, Su amor comienza a desbordarse en todos los aspectos de tu vida hasta el punto de que perdonar lo que una vez fue imperdonable no solo es posible, sino que es un testimonio de Su amor sobre tu vida.
Este amor es un mandamiento. Dios nos ordena amarle y amar a nuestro prójimo. Pero Dios, siendo tan maravilloso como es, nos deja ver por qué este amor es tan importante. Un amor como este promueve la dignidad humana y permite el florecimiento humano. Un amor como este transforma nuestros corazones y transforma nuestros vecindarios. Un amor como este da esperanza y permite la redención y la restauración. Un amor así glorifica a Dios y llena nuestros corazones de gozo profundo.
Así que, hermana, entendiendo el nivel de amor al que estás llamada a vivir a través del amor de Cristo, te pregunto: ¿A quién amarás así hoy? ¿Y continuarás orando por oportunidades de amar a los imperdonables, a los invisibles y a los que sufren a tu alrededor?