Por Carlos López Ginés
Ciertamente cada vez que nos encontramos la palabra avivamiento, en primer lugar, nos llega la imagen de Pentecostés, y de cierto modo, a causa de los movimientos carismáticos, pentecostales y neo-pentecostales, pensamos que vivir bajo un avivamiento es experimentar la manifestación de ciertos dones y/o emociones. Pero, cada vez más lejos de la verdad. Un avivamiento en nuestras vidas o vivir bajo la llenura del Espíritu Santo es como lo define J.I. Packer: “Es tener pleno conocimiento de cómo Dios me ve. Que Aquel en quien únicamente tenemos que tener en cuenta su opinión, nos ve mucho más preciosos que todas las piedras preciosas o cualquier joya preciosa en el mundo entero.”
Pero de plano nos encontramos con un problema dentro de nosotros, nuestra carnalidad, esa que se deja seducir ante la tentación y nos arrastra al pecado. Y con esa carnalidad tenemos que caminar hasta que nos vayamos a la presencia del Señor o hasta que Cristo venga, lo que suceda primero. Esa con la que Pablo lucha en el capítulo 7 de Romanos. Nos encontramos en nuestra intimidad que fallamos más de lo que pensamos, por lo que nos preguntamos lo siguiente: ¿Cómo puedo vivir una vida de avivamiento a pesar de mi carne? Esta es una de las luchas más grandes del creyente y una de las frustraciones más grandes de los creyentes menos maduros. He visto tantos creyentes amar a Dios y a la misma vez salir de las iglesias frustrados a causa de la imposibilidad de aplacar su carnalidad (pecado, carácter, impulsos, pensamientos) y no poder vivir una vida santa y en avivamiento. Debo reconocer como pastor que, en este tiempo y sin importar la denominación o formación teológica, hemos hecho una pobre labor en cuanto a proveer herramientas tanto al nuevo creyente como al creyente maduro para vivir una vida santa y en avivamiento a pesar de sus fallas.
Pablo es un experto en este campo. Él nos dice en Romanos 12:2 “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (RVR60). En la traducción Dios Habla Hoy, este pasaje dice: “No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto”. Entonces, Pablo me dice en primer lugar que Dios es quien me transforma, que yo no tengo la capacidad para eso. Jesús mismo lo dijo en Marcos 7:21 “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.” Si Pablo nos dice que es Dios el único que nos puede cambiar y Jesús nos dice que de nuestro corazón es de donde sale toda clase de males, ¿Por qué creemos que nuestras mejores intenciones producirán cambios eternos? Si el problema, según Jesús es el corazón, ¿Por qué seguimos confiando en él? El proverbista dijo que, sobre toda cosa guardada, guardáramos nuestro corazón, y Jeremías nos explica la razón. Jeremías 17:9 “ENGAÑOSO es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Dios lo conoce.
Entonces Pablo nos sigue diciendo (Romanos 12:2) que dejemos de imitar al mundo y que nuestro entendimiento sea renovado para ser transformados y así poder comprobar que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta. En palabras simples, esta renovación se da cuando Dios mediante el proceso de santificación ajusta mi visión moral, espiritual y de pensamiento por la Suya. Pablo sigue diciendo que este ajuste de visión nos ayuda a discernir la voluntad de Dios sobre nuestras vidas la cual es agradable y perfecta. Pero, debemos entender que hay una responsabilidad moral en nosotros, es allí donde flaqueamos y resistimos al Espíritu Santo para hacer esa obra en nuestras vidas. Entonces ¿Cuál es la parte que me toca hacer? Pedro nos da la respuesta. Hechos 3:19 “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”, Pedro nos está diciendo que la única manera de recibir tiempos de refrigerio es bajo el arrepentimiento y la conversión, y, quizás podemos pensar que esta parte de nuestra vida ya la vivimos. Fuimos convencidos por el Espíritu Santo de pecado, juicio y justicia y que ya ese proceso de venir a Cristo terminó. Pues sí y no. Pablo le dijo a Tito 3:4-5 “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, 5 nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”.
Entonces, aunque ya fuimos salvos, sigue una obra de renovación en nosotros. Porque nuestra carnalidad está presente. Entonces Pedro en Hechos 3:19 nos dice que, para poder vivir tiempos de refrigerio en el Señor, es necesaria una vida de arrepentimiento en la cual somos renovados. Esa vida es a los pies de la cruz, donde volvemos todos los días a crucificar nuestra carne y clamarle a Dios por ser trasformado a la imagen de Su Hijo para llevar gloria a Su Nombre. Es bajo esa renovación y vida en arrepentimiento que logramos alcanzar tiempos de refrigerio. ¿Y a qué refrigerio se refiere Pedro? La palabra “refrigerio” en griego es “anápsuxis” que se traduce en español como: “recuperar el aliento, revivir, avivar”. En inglés se traduce como “revival” lo que es lo mismo que “avivamiento”. Y esta palabra “anápsuxis” viene de la palabra “anapsucho” que significa en español: “confortar” y esta palabra “anapsucho” es una palabra compuesta donde “ana” significa: “repetición e intensidad” y la palabra “sucho” significa: “respirar y soplar”. Pedro nos está diciendo que una vida de conversión y arrepentimiento traerá como consecuencia en nosotros que Dios nos avive y nos haga recuperar el aliento soplando con fuerza, intensidad y de manera repetitiva Su aliento el cual es su Espíritu Santo. Y ¿Qué provoca ese soplo de Dios en nosotros con la fuerza, la intensidad y lo constante con que lo hace?
Yo vivo en una isla del Caribe donde estamos sumamente acostumbrados a tormentas tropicales y a huracanes. En 1998 pasó uno de los huracanes más fuertes por nuestra isla, el huracán Georges. Este huracán tenía vientos huracanados de 155 mph (250km/h), arrasó con la vegetación, techos de las casas y hasta un puente grandísimo cerca de mi casa. Árboles grandes fueron derrumbados, los estragos fueron significativos. Y solo estuvo azotando a Puerto Rico por varias horas. Imagínese lo que hará el soplo de Dios sobre nuestras vidas de manera intensa, fuerte y permanente. Derrumbará lo que somos para ser formados conforme a Su imagen. Una imagen nueva que provocará que vivamos un avivamiento permanente en nuestros corazones. Pero la parte que nos toca a nosotros es abandonarnos en las manos de Dios para ser moldeados por el Alfarero. Y que, aunque el proceso duela y Dios inserte sus manos en nuestro corazón para tratar heridas, traumas, frustraciones y pecados, reconocer que es el único medio por el cual podemos vivir con un corazón en avivamiento.